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Recuerdos de un Betis - Algeciras de 1949

Autor: Manuel Gil González.

Existe un bar en Sevilla, en una de cuyas paredes tienen el buen gusto de tener colgado, debidamente enmarcado, el cartel anunciador de un partido de futbol que jugó el equipo titular del Algeciras Club de Futbol, el 27 de febrero de 1949, correspondiente al Campeonato Nacional de Liga, Tercera División, contra el Real Betis Balompié.
En la publicidad, el Estadio era denominado como Campo del Betis, cuando realmente ya se llamaba Heliópolis.
La alineación que presentó el Algeciras C.F. aquel 27 de febrero fue: Gonzalo; Mariano, Salazar, Parra; Lolín, Morita; Solís, Rueda, Félix, Eduardo y Pilín.
He podido averiguar que el partido finalizó con el resultado de 2-1, a favor del equipo sevillano y fue dirigido por un árbitro cordobés que se llama/llamaba Torrico.
El establecimiento, como digo, continua funcionando en la actualidad en la misma dirección que consta en el cartel, donde, al menos en aquel partido, tenía abierta la taquilla el club blanquiverde para el despacho de localidades.  
He considerado interesante aportarlo a nuestro blog, por la antigüedad del mismo.
La crónica de ese partido se publicó en ABC de Sevilla en 01 de marzo de 1949. En este enlace puedes leerla.

La Calle Ancha en mi niñez


Autora: Reyes Yera Guerrero

Salgo del parque María Cristina, cruzo El Calvario, y entro en la calle Ancha. A la derecha el café Piñero. Justo al lado la confitería La Crema, un portal de vecinos y el cuartel de la Guardia Civil. Continúa la casa de D. Pedro Liñana, director de la emisora Radio Algeciras, justo al lado la fachada grande de un patio de vecinos y la sastrería llamada Cabezón. Sigue el Bar Kin, otro edificio con patio de vecinos y el bar llamado Bandera. 
Cruzo la calle San Antonio y me encuentro un edificio de dos plantas donde se encuentra la Caja nacional y el Seguro de Enfermedad. Entramos en este edificio y a la derecha hay una puerta con una galería y ventanas que dan a un patio de flores muy bonito; en esa galería hay bancos para que esperen los niños que están enfermos; hay tres o cuatro consultas y algunos de los doctores son: D. Jaime Font, D. Hortensio, el Dr. Carrasco,… En la misma planta está la Caja Nacional, y subiendo una escalera el piso del director de la misma, D. Plácido Cuesta. En ese mismo rellano están los médicos del Seguro. Hay cuatro consultas de médico de cabecera y algunos de los doctores son D. Salvador Mescua, D. Andrés Sanz, D. Francisco Adame,... Al fondo estaban los practicantes, como se les llamaba en aquellos tiempos, que eran Luque (yo me echaba a temblar cuando era él el que me tocaba, porque me ponía las inyecciones como si fueran una banderilla, con la aguja y la jeringuilla juntas), y García (a éste le gustaba mucho el cachondeo y yo en algunas ocasiones le canté por Alegrías de Cádiz, y una señora que también iba a pincharse, bailaba y tocaba los palillos que parecía que tenía en las manos castañuelas; esta señora se llamaba Candelaria y le decían “La Chunga”; yo la quería mucho y ella a mí también). Al fondo de aquel pasillo se encontraban los servicios.
Justo al lado del edificio del Seguro había un edificio y en él una pastelería llamada La Esperanza y un zaguán de la planta baja donde vivía el director de la Escuela de Artes y Oficios D. Manuel Montes, que también era perito-aparejador del Ayuntamiento de Algeciras. Yo lo tuve en dibujo lineal en la Escuela de Artes y Oficios; era una persona muy querida por mí. Él y su señora estuvieron en mi boda y D. Manuel actuó como testigo.
Seguimos y nos encontramos el Bar Royalti, cuyo dueño se llamaba D. José Lobato. Al lado había una librería llamada Ango, donde yo compraba las libretas y accesorios para los dibujos. La siguiente casa era la de D. Ventura Morón, en la que después pusieron una tienda de accesorios de cuartos de baño que se llamaba Hermanos Carrillo; la fachada era de mármol gris y tenía un escaparate muy grande.
Continuamos con la casa de D. Regino Martínez, que tiene su placa, y luego la Palma Real donde yo iba a comprar las chucherías cuando salía de las clases de la Escuela de Arte. Sigue la casa de D. José Luis Cano, en la que en su día dijeron los mandatarios del pueblo que se iba a hacer un museo dedicado a D. José Román que todavía estamos esperando. Al lado hay un edificio de dos plantas; la de arriba es la casa y consulta del Dr. Ramos Argüelles y la baja está ocupada por una lechería y por la tienda de Los Espantoso o “Los Tontos”, como se les llamaba en todo el pueblo (por cierto, Espantoso era el apellido). Yo tengo un recuerdo de cuando iba a hacer la primera comunión y mi madre y sus amigas decidieron ir a la tienda de Los Tontos para comprarme la limosnera, el velo, los guantes, la corona, los alfileres para ajustar el velo y la corona; estuvieron toda la tarde probándome cosas y yo ya estaba harta; Carmen Palacios me decía: “estate quieta Reyita, que tienes que ser buena para hacer la comunión”. Al “tonto” lo tenían frito para un lado y para otro; a mí me parece que hasta le sacaron los guantes y los alfileres, pues el dinero iba muy justo y Angelita era muy graciosa y algo pasó.
Ya hemos terminado esta acera de la calle Ancha y cruzamos a la otra.
Hay un edificio de dos plantas donde vivía el doctor D. Emilio Burgos, médico de niños; en algunas ocasiones me llevaron a su consulta. En esa esquina recuerdo yo haber ido con mi padre y su compadre Manuel Alba a escuchar cantar saetas. También venían mi hermano José Luis y los hijos de Manuel, que se llamaban Ramón y Manolín. Las saetas se cantaban desde el balcón de enfrente, el de la casa del Dr. Ramos Argüelles, y lo hacían “Currita”, “el Sevillano”, “El Palomo”, “Cantera”, “Jarrito” y otros más. A mí el que más me gustaba era “El Palomo” y yo lloraba a escondidas para que mi hermano y los demás no se rieran de mí. Yo me lo pasaba muy bien y recuerdo las chucherías que compraba mi padre en la Palma Real. Al lado de este edificio estaba la tienda de Martín Sevillano y justo al lado una confitería llamada La Perla.
En la pastelería La Perla tengo yo un recuerdo de cuatro años: Mi tío Reyes le dice a su hermana Isabelita: “Viste a La Cagancha (como me decía) que la voy a llevar al Cerro del Mercado” y recuerdo que me vistieron de gitana; ellos vivían en el edificio que después tuvo en la planta baja el colegio “La Encarnación” (conocido como “Los Marineritos”) y tuvimos que pasar por delante de la pastelería; había muchos pasteles en el escaparate y a mí me llamó la atención un merengue. “¡Cómprame un merengue!”, le dije a mi tío. Él me dice que no me lo compra porque no me lo iba a comer. Yo me pongo a llorar y al final él acaba comprándomelo. Me pone un pañuelo en el escote para que no me manchara, mientras yo miraba para el techo de la pastelería donde había las figuras de unas cabecitas de muñecos hechas de escayola. Me da del merengue dos cucharitas y me dice: “Venga, cómetelo”. Yo me como un poco y le digo que ya no quiero más. Mi tío cogió el merengue y me lo refregó por el pelo y por la cara y me llevó a su casa mientras me acuerdo que me decía: “Cagancha eres una meona y te vas a quedar siempre canija”. Cuando llegamos a la casa su madre le decía que yo era una niña y que no debería haberme puesto así; “¿no te da lástima?”, mientras él decía que ya no me iba a llevar nunca a ningún sitio. La verdad es que lo dijo pero no lo cumplió, pues fui muchas veces de cacería, a pescar,… con él y con mi padre.  
Al lado de la confitería había un patio de vecinos y después la casa de una hija de D. Ventura Morón. Seguía otra casa con balcones a ras de suelo, después una vivienda de dos plantas, un patio de vecinos y una frutería cuya dueña se llamaba Antonia; en la planta alta había un taller de costura de mujer y una sastrería. La modista y el sastre eran hermanos y se llamaban Beatriz y Francisco Sánchez. Mi amiga Carmen Repullo cosía con Paco en la sastrería, y yo, cuando salía de la Escuela de Arte (que estaba muy cerca) iba a buscarla para dar una vuelta hasta Almacenes Mérida que se encontraban en la calle Tarifa. Esos paseos eran lo que hacíamos los jóvenes en los años cincuenta y la verdad es que mi amiga y yo lo pasábamos muy bien. Continuaba un edificio que era la casa de D. Arturo Sala, este señor era abogado y procurador; vivió pobre y murió muy rico; esta casa todavía se conserva en la calle Ancha. Al lado otro edificio de estilo antiguo y por último en la esquina, dando a la calle San Antonio, la casa del señor Alberich, director de la Compañía Sevillana de “la luz”.
Cruzo la calle San Antonio y en la esquina está la farmacia de Soto, pues la licenciada se llamaba Palmita Soto, que era una persona muy servicial y atenta que siempre explicaba las cosas a los que allí se acercaban. Al lado otra casa antigua con balcones pegados al suelo y justo al lado una tienda de comestibles, donde yo recuerdo ir con mi padre y que le decían al dueño “Pepito el de los ojos chicos” ya que los tenían azules pero muy pequeños. Seguía un edificio grande, el del Banco de España, donde ahora tiene algunas de sus dependencias el Ayuntamiento de Algeciras. Al lado había un edifico de una planta y un salón de futbolines donde jugaban los niños. Seguía el Bar Sevillano, donde iba de pequeña con mis padres y después con mi novio, el que luego sería mi marido. Allí vi por primera vez la tele; íbamos a merendar en los años sesenta y veíamos los programas de “Reina por un día”. Al lado el Bar Juanito, después la Peña Mondeño, y otro edificio de dos plantas que tenía en la planta baja la papelería y librería Belmonte y en la planta alta la consulta y vivienda de D. Francisco Adame, un médico de medicina general.
Bueno, ya estamos terminando; nos queda un edificio que aún continua en pie, el edificio donde actualmente se encuentra Mac Donal’s. En ese edificio, en una de sus plantas vivía y tenía su consulta el Dr. D. José Sánchez Arnedo, otorrinolaringólogo; allí me operé de las amígdalas. También vivía allí el doctor Murillo, de medicina general. En la planta baja estaba la tintorería Amaya.    
            

Villa El Águila

Autor: Antonio Haro Camacho

William Willoughby Cole Verner era un coronel británico, retirado en 1904, que pasaba largas temporadas en Algeciras, alquilando la Villa “El Recreo” al marino mercante gibraltareño Luis Anthony Lombard.
El coronel Willoughby Verner decidió construirse una casa cerca del Hotel Reina Cristina, en la zona llamada actualmente Huerta del Carmen, donde afloran importantes restos de las murallas musulmanas cercanas a la Torre del Espolón. Esta sería una más de las mansiones de aire colonial británico usuales en esa zona de Algeciras y construidas a finales del siglo XIX y principios del XX. Esta villa sería llamada “El Águila”, nombre que aparecía escrito con letras de cerámica vidriada a la entrada de la puerta principal, sobre la que se encontraba la escultura de un águila de color verde realizada en hierro fundido.
William Willoughby Cole Verner había nacido el 22 de octubre de 1852 en Winchfield (Hampshire), hijo del coronel W. J. Verner. Había ingresado en el ejército en 1873, teniendo que jubilarse anticipadamente en 1904 a causa de una caída del caballo que sufrió en una acción militar. El motivo de construirse una casa en Algeciras tras la jubilación, donde pasaría largas temporadas de noviembre a junio, se debía a su conocimiento de la zona ya que había estado destinado en Gibraltar durante seis años (1874-1880) y a su afición por la ornitología, que le había llevado a realizar estudios en el Campo de Gibraltar y en la Laguna de la Janda.
La afición por la ornitología del coronel Willoughby Verner había aumentado tras conocer al también militar y ornitólogo L. H. Irby, que había escrito The Ornithology of the Strait of Gibraltar en 1875.
Willoughby Verner había contraído matrimonio en 1881 con Elizabeth Mary Emily Parnell con la que tendría dos hijos, Rudolf Henry Cole (1883) y Dorothy may (1885).
William Willoughby Cole Verner murió en su casa de “El Águila” de Algeciras el 25 de enero de 1922. Fue enterrado en Gibraltar.
Continuará

Pomponio Mela

Autor: Sebastián Pérez Pérez

Pomponio Mela, geógrafo y escritor latino, es el personaje más antiguo que se recuerda de Algeciras, luego, quien mejor para ser relatado.
Nació en los primeros años del siglo I, contemporáneo de la época del emperador Claudio, en Tigentera, antiguo nombre que se atribuye a Algeciras, aunque algún autor la sitúe en Tarifa, pero que nosotros, como buenos algecireños,  decimos que es Algeciras y basta.
Es autor de un compendio geográfico  compuesto de tres volúmenes de nombre “De Chorographia”  o “de situ Orbis”, un interesante viaje por el mundo conocido en esa época, incluyendo la recién ocupada Inglaterra.
El primer libro describe el mundo y los continentes (Europa, Asia y África), señalando la existencia de cuatro mares, Mediterráneo, Rojo, Golfo Pérsico y Caspio, todos afluentes de un gran océano. También describe los lugares costeros que se encuentran partiendo desde Gibraltar.
El segundo libro describe las regiones interiores del continente europeo desde la Tracia hasta Hispania y las islas del mar Mediterráneo.
El tercer libro se refiere a países como Hispania, Galia, Germania, llegando hasta Asia y analiza parte del continente africano.
Aunque no facilita muchos datos técnicos y tiene algunos errores en su información, fue uno de los autores más admirados de la antigüedad, incluso en el Renacimiento.
Su obra se imprimió por primera vez en Milán en 1471; la primera edición española se hizo en Salamanca por Antonio de Nebrija, e incluye un mapamundi copia del original de nuestro personaje.
Cuando se refiere a Hispania, nos cuenta “Hispania misma está rodeada del  mar, por todas partes menos por dónde está en contacto con las Galias, y aunque por dónde está unida a ellas es muy estrecha, poco a poco se despliegan hacia el Mar Nuestro y hacia el Océano y más ancha se encamina hacia Occidente y allí se hace amplísima, siendo también abundante en hombres, en caballos, en hierro, en plomo, en cobre, en plata, en oro y hasta tal punto fértil que, sí en algunos sitios es estéril y diferente de sí misma, con todo, en esos lugares produce lino o esparto”.
Tiene observaciones muy interesantes, como la que hace de la peculiar lengua de los cántabros “cuyos nombres son tan irregulares y de pronunciación tan extravagante, que no se puede acomodar a nuestra lengua“ refiriéndose quizás al Euskera.
El mismo afirma haber nacido en Tigentera, que dice fundada con gente traída de Zilis y Tingis (Tánger) por lo que se afirma que Tigentera y Iulia Traducta son la misma ciudad. El nombre dado por Mela puede ser corrupción de Tingis Altera (la otra Tánger).
A la ciudad vecina Ceuta se refiere como “Septem Frates” (Siete Hermanos) en alusión a sus siete colinas parecidas. Por su semejanza fonética, se supone que del numeral Septem derivó el topónimo de Ceuta.
Pomponio Mela tiene dedicada una calle en Algeciras en la barriada de la Villa Vieja. En Ceuta tiene erigido un busto de bronce de 1,10 metros de altura y 80 Kg de peso, realizado por el escultor ceutí Ginés Serrán Pagán, en la calle Edrissi.

Plaza Alta



La Plaza Alta, con sus diferentes denominaciones, ha sido el centro de Algeciras desde principios del siglo XVIII. El resurgir de la ciudad en 1704, tras la toma de Gibraltar por los ingleses, sucede en este lugar y concretamente alrededor de un oratorio dedicado a San Bernardo, que había sido edificado en 1690 en el lugar en que actualmente se encuentra la Capilla de Nuestra Señora de Europa.
En el plano del “proyecto de las calles” para urbanizar la recién resurgida Algeciras que realizara D. Jorge Próspero de Verboom en 1724 ya aparece la Plaza Alta como tal y con ese mismo nombre.
En 1807, el Teniente General D. Francisco Javier Castaños, futuro héroe de Bailén, ocupando el cargo de Comandante General del Campo de Gibraltar urbaniza la plaza. Ésta recibiría el nombre de “Plaza del Almirante”, en honor del Primer Ministro D. Manuel Godoy. Las obras se iniciaron el 23 de febrero, siendo inaugurada la plaza el 12 de mayo del mencionado 1807, coincidiendo con el 40 cumpleaños de Godoy. Existe un grabado en el Museo Municipal de Algeciras con la inscripción: Vista en perspectiva de la nueva plaza del Almirante en Algeciras” y con el texto: “Construida por la Ciudad su Comercio y Ejército al mando del Excmo. Sr. D. Francisco Xavier Castaños quienes la dedican a la perpetua memoria del Serenísimo Señor Príncipe Generalísimo por su exaltación a la dignidad de Gran Almirante de España e Indias año 1807.” 
El proyecto de remodelación de la plaza fue realizado por el coronel de Artillería D. Joaquín Dolz.
La urbanización de la plaza consistía en la construcción de una plataforma casi cuadrada de 165 pies de largo por 145 de ancho que dejaba un espacio libre a su alrededor que la separaba de los edificios. La plaza tenía ocho entradas, una en cada uno de los vértices y otra en la mitad de cada uno de sus lados. Los laterales de la plaza eran delimitados por bancos de piedra con respaldo de hierro que se alternaban con marmolillos unidos entre sí con gruesas cadenas, hasta llegar a cada una de las entradas que consistían en pedestales con grandes vasos etruscos terminados en faroles. En el centro del lado este se construyó una fuente de cuatro caños. En el centro de la plaza se construyó una fuente-obelisco que era el elemento principal de todo el proyecto. Todo el conjunto estaba rodeado por chopos de Lombardía.
Del elemento central, la fuente-obelisco, sólo se dispone de su representación en grabados, por lo que no se sabe si se realizó exactamente como estaba proyectado. El caso es que el deterioro de la parte superior del obelisco, que era de madera, dio lugar a su demolición en 1827 y a la construcción de otro de mármol, que aprovechaba la fuente y la base cilíndrica del monumento antiguo, y que consistía en una base cuadrada con columnas en cada lado que se remata una columna con capitel sobre el que sobresale la mencionada columna. Este nuevo elemento central de la Plaza Alta fue concluido en 1830. Según Pascual Madoz (Diccionario geográfico-estadístico-histórico. 1845-1850) el obelisco alcanzaba una altura de unos 70 ó 75 pies (entre 20 y 22 metros). Según algunas fuentes consultadas, en 1827 durante la construcción del nuevo obelisco el Ayuntamiento algecireño ofreció al General Castaños la colocación en un busto suyo en la parte superior del nuevo monumento, renunciado el General a esa distinción. En 1852, a la muerte del General Castaños, se volvió a proponer rematar la columna del obelisco con un busto de éste, pero no se llevó a cabo.
En 1834, con motivo de la proclamación de la Reina Isabel II, se instaló una ménsula en la fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, donde a partir de ese momento se ha colocado el rótulo con el nombre de la plaza.      
La plaza con su nuevo monolito no sufrió cambios durante el resto del siglo XIX, siéndole instalada la iluminación eléctrica en 1892.
En 1894 se demolió la fuente lateral de abastecimiento público que había en la plaza.
En 1918 fueron suprimidas las farolas y las cadenas que rodeaban el perímetro de la plaza.
En noviembre de 1926 fue demolido el casi centenario obelisco de mármol, siendo alcalde D. Joaquín Bianchi Santacana, sustituyéndose por una farola de cuatro brazos sobre base de ladrillo rojo que fue denominada por los algecireños como “la cocina económica”. El motivo de esta inexplicable actuación no está del todo claro, achacándose por un lado al poco probable estado ruinoso del monolito (hubo de derribarse empleando dinamita), y por otro al absurdo intento de evitar la broma de que el monolito no estaba rematado por ningún busto pues todavía no se había encontrado a ningún algecireño que tuviese el mérito de no ser contrabandista.
Entre 1929 y 1930 (coincidiendo con el final del mandato como alcalde de D. Laureano Ortega Arquellada y el comienzo del de D. Emilio Morilla Salinas), se remodeló completamente la plaza. Se ensancharon las calles que la rodeaban para permitir el tráfico de automóviles, se sustituyó la farola central por la fuente actual, y se rodeó el perímetro con una balaustrada con bancos. Algunos años más tarde se colocaron los cuatro bancos ochavados con farolas que permanecen en la actualidad. Todos estos elementos estaban decorados con azulejos de cerámica sevillana realizados por Cerámica Santa Ana y Cerámica Sevillana de Triana Casa González.  Parte de los azulejos recreaban escenas de la obra “D. Quijote de la Mancha”. Como dato anecdótico cabe reseñar que con motivo del establecimiento de la república en 1931 fueron borradas las coronas que aparecían en los azulejos, detalle que podemos observar en la actualidad.
En 1943, siendo alcalde D. José Gázquez Morales, se procedió a colocar una solería en la plaza con losas de color verde y azul.
La artística balaustrada de cerámica fue sustituida en 1968 por una funcional e inapropiada baranda de hierro sin ningún valor artístico.
En diciembre de 1970 se inauguró la fuente luminosa en la plaza, aunque sin realizar cambios en la estructura de misma.
En 1984 se procede a realizar importantes reparaciones en la plaza. Se coloca el cerramiento del jardincillo de la fuente, se reponen piezas de cerámica de los bancos y se arreglan algunas otras zonas deterioradas del recinto.
A principio de 1993 el Ayuntamiento propone el levantamiento de la plaza para construir bajo ella un aparcamiento subterráneo. El anuncio produce una reacción adversa en los ciudadanos y en algunas entidades y medios de comunicación locales. En julio de ese mismo año el Ayuntamiento renuncia a realizar dicho proyecto.      
En 1995 tuvo lugar la última remodelación de la plaza. Se volvió a colocar una balaustrada de cerámica similar a la que tuvo entre 1930 y 1968, se rehízo todo el firme del suelo y la solería, se arreglaron muchos de sus bancos y se sustituyó el parterre de la fuente central.   
Nombres de la plaza a lo largo de su historia:

Durante el s. XVIII fue “Plaza Alta”.
Con la urbanización del General Castaños, en 1807, recibe el nombre de “Plaza del Almirante”.
A partir de 1808 “Plaza del Rey”.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823) fue “Plaza de la Constitución”.
Volvió a ser “Plaza del Rey” a partir de 1824.
Durante el reinado de Isabel II (1833-1868) fue “Plaza de Isabel II”.         
A partir de 1868 volvió a ser “Plaza de la Constitución”, siéndolo hasta 1931.
Con la 2ª República fue “Plaza de la República”.
A partir de 1936 recibe el nombre de “Plaza del Generalísimo Franco”.
A partir de la llegada de la democracia vuelve a su nombre de “Plaza Alta” que ha sido realmente el que siempre ha tenido para los algecireños.

Adolfo Sánchez Vázquez

Autor: Antonio Haro Camacho

Adolfo Sánchez Vázquez, filósofo, profesor y escritor, nació en Algeciras el 17 de septiembre de 1915. Hijo de un teniente de Carabineros, sus primeros diez años de vida transcurrieron en su ciudad natal, pero pronto su familia se trasladó a Málaga, donde cursó la educación primaria, Bachillerato y Magisterio.
Comenzó su vida política en Málaga, donde se comenzó a crear en él un clima de entusiasmo por el nacimiento de la Segunda República. En 1933 Adolfo Sánchez Vázquez ya formaba parte de “estudiantes revolucionarios”, ingresando también en el Partido Comunista. En ese periodo colaboró con el “Mundo Obrero”, participó junto a José Luis Cano en la publicación “Línea” y fundó la revista “Sur” en Málaga. En 1935 comenzó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. Después vino la Guerra Civil, que fue para él una experiencia muy importante y que acabaría llevándole al exilio. En 1936 fue director del órgano de expresión “Octubre”; en 1937 fue Delegado de la Conferencia Nacional, encargándole ese mismo año Santiago Carrillo la dirección del periódico “Ahora”, lo que le permitió asistir al II Congreso de escritores Antifascistas. A partir de septiembre de 1937 participó activamente en la guerra, en las batallas de Teruel y del Ebro, tras lo cual cruzó la frontera de Francia donde quedó como refugiado hasta su marcha a México.    
En el puerto francés de Sete embarcó hacia el exilio en México en el buque ”Sinaia”, junto a más de 1500 españoles, llegando a Veracruz el 13 de junio de 1939.
Desde ese momento México sería su lugar de residencia. Se doctoró en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, en la que también impartió clases. Fue presidente de la Asociación Filosófica de México y fue miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República. Volvió a visitar España en 1975.
Fue autor de más de una docena de obras relacionadas con la filosofía y el marxismo, entre las que destacan Las ideas estéticas de Marx (1965), Ética (1969), Estética y Marxismo (1970), Del Socialismo Científico al Socialismo Utópico (1975) y Recuerdos y reflexiones del exilio (1997). También escribió el libro de poesía El pulso ardiendo (1942).
Entre los muchos galardones que obtuvo este intelectual algecireño vamos a destacar los que le fueron concedidos en España:
Doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz, por la Complutense de Madrid y por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (U.N.E.D.), Premio María Zambrano de la Junta de Andalucía, Placa de Oro de la Diputación Provincial de Cádiz, Hijo Adoptivo de la Provincia de Málaga, Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, y la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil del Gobierno de España.
En nuestra ciudad se le dio su nombre a una calle en la Barriada de El Rinconcillo y, posteriormente, en 2010 le fue concedido el título de Hijo Predilecto de Algeciras. 
Adolfo Sánchez Vázquez ha fallecido en Ciudad de México recientemente, concretamente el 8 de julio de 2011, a los 95 años.

Visita a la Capilla de Europa

El día 21 de noviembre de 2011 los alumnos del C.E.Per. Juan Ramón Jiménez hemos realizado una visita a la Capilla de Europa.  Durante aproximadamente una hora Don Francisco López Muñoz, alumno de nuestro Grupo de Patrimonio III y gran amante y estudioso de las cosas de Algeciras, expuso una documentada disertación sobre este monumento algecireño. Desde finales del siglo XVII, con la edificación de primitivo oratorio fue haciendo un recorrido histórico hasta la actualidad, relacionando la Capilla con la evolución de nuestra ciudad. Así mismo nos habló de los elementos arquitectónicos, religiosos y artísticos, tanto interiores como exteriores de la Capilla. Asistieron varios profesores y unos 40 alumnos/as del centro que quedaron muy satisfechos de la actividad. Aquí presentamos diversas imágenes de esta visita.

Si te parece que la presentación va muy rápida puedes detenerla y reproducirla foto a foto. Para hacerlo pasa el ratón por encima y clica en pausa, después utiliza las fechas de desplazamiento a derecha o izquierda.


Vivencias en el Mercado de Algeciras

Autor: José Ortega Díaz

Pi pipí…….pi pipí………..pi pipí……….¡¡JODER!!  Son las 4’30 de la mañana, a esta hora todo es automático, salto de la cama, voy al cuarto de baño, vuelvo al dormitorio, me visto y a las 4’45 estoy saliendo a la calle, arranco el coche y durante el trayecto voy pensando en la faena que tenemos por delante este día que no deja ser casi la misma de todos los días.
A las cinco de la mañana ya estoy en mi puesto de trabajo y os preguntaréis: ¿dónde va este hombre tan temprano?, pues voy a contaros mis vivencias de un día en el mercado.
Como decía, a las cinco de la mañana ya tengo las puertas abiertas de mi establecimiento, a esta hora la cosa está tranquila, se escuchan los motores de los vehículos de los camperos más rezagados que traen sus mercancías para dejarla depositadas en los almacenes de mayoristas para su posterior venta, algunas veces se oyen las voces destempladas de esos amigos de la noche y de la juerga que queman sus últimos cartuchos en los bares mas tempraneros.
Empiezan a llegar los primeros compradores que vienen haciendo “un  vuelo de reconocimiento” de mercancías, calidades y precios; estos compradores son los del mercado, tanto del interior como del exterior. Una vez que han terminado su reconocimiento por los demás almacenes, se reúnen alrededor de un café y comentan lo que han visto, para decidir dónde comprar. Esta operación es importante para ellos y para nosotros –los mayoristas-, ya que donde decida comprar este grupito, los demás también irán al mismo sitio porque entienden que es la mejor opción ese día.
Son las cinco y treinta, llega mi mujer, Milagros, que me acompaña en estos menesteres desde hace muchos años; pilar imprescindible para poder desarrollar todo este trabajo, yo me encargo de la parte comercial y ella de la administración.
En el exterior se perciben los primeros olores, el puesto de churros está abierto y notamos el olor característico del aceite calentándose, se escucha el trajín de sacar los puestos que se montan por el exterior del mercado.
Empiezan las primeras operaciones, “¿a cuánto vas a dejar estos tomates? ¿y las chirimoyas?, mira que me voy a llevar bastante”; los carrillos empiezan a moverse guiados por manos expertas y portan las filas de mercancías hasta la báscula para su peso y las sacan a la calle para su reparto.

Vivencia en el Cine Avenida

 Autora: Reyes Yera Guerrero
Era el año 1955, entonces yo tenía 13 años. Una mañana de verano llegó a mi casa mi amiga Juani Meléndez y me dijo: “Reyes, están echando en el cine Avenida una película de Parrish”. Ese era un artista americano muy guapo que a las niñas de aquella época nos gustaba mucho. Yo le dije que sí, pero mi madre me dijo que tendría que llevarme a mis hermanos también al cine y que sin ellos no me dejaba ir. Eso no le gustó a mi amiga Juani, que me dijo que no iba al cine con mis hermanos.
Entonces fui a la calle Buen Aire, donde vivía mi otra amiga, Carmen Repullo. Su madre dijo lo mismo que la mía, que tendría que llevar al cine a sus hermanos. Ella tenía a Fani, Juanito y Pilar, más pequeños que ella, y yo a mis hermanos José Luis, Esperanza e Inmaculada.
El cine Avenida estaba situado en la actual avenida de las Fuerzas Armadas, justo desde el edificio del doctor D. Jaime Font hasta el edificio de los militares. Era un trozo del parque, un cine de verano muy bonito. Recuerdo a mi abuela planchando los trajes y cancanes de las niñas, que se almidonaban. Yo parecía una princesita, como le decían las vecinas a mi made: “Va tu Reyita preciosa, como una princesita”.
Bueno, ya estábamos todos arreglados y dice mi madre que tenía que llevar una fiambrera con una tortilla y plátanos para que nos lo comiéramos en el cine y la metió en una talega. Entonces no había plástico. Yo dije que no llevaba la talega, pero mi hermano dijo que sí y la cogió. Yo llevaba un bolso grande de rafia que hacía juego con unas zapatillas también de rafia. Yo era muy coqueta, de siempre, desde que era una niña.
Ya por fin todo listo, nos fuimos a buscar a mi amiga Carmen, a la calle Buen Aire, y también ellos estaban preparados. Su madre había hecho pescado frito y una tortilla, parecía que se habían puesto de acuerdo para que tuviéramos que ir con la comida al cine, cosa que a mí no me hizo gracia ninguna.
Antes de ir al cine fuimos a comprar a un kiosco de la calle Sevilla. Llevábamos una peseta y compramos dos gordas de chufas, dos de altramuces, dos de regaliz y con las cuatro gordas que sobraban fue mi hermano a la Palma Real y compró pipitas de girasol, que estaban calentitas, acabadas de tostar.
Ya nos fuimos para el cine, que se nos venía la hora encima y no íbamos a coger buenas sillas. Teníamos las dos, Carmen y yo, dinero sólo para seis entradas, que costaban a tres pesetas cada una.
Yo compré tres entradas, en total nueve pesetas, y entramos mis tres hermanos y yo sin que el portero nos dijera nada, ya que mi hermana pequeña no tenía que pagar. Detrás de nosotros venía mi amiga Carmen a la que le dijo el portero: “Estas niñas mellizas tiene que pagar una entrada para pasar las dos”. Se estaba refiriendo a la hermana pequeña de Carmen y a la mía. Entonces le dijo mi amiga Carmen: “Usted no tiene ojos en la cara. Mi hermana no se parece en nada a esa niña tan fea”. La niña fea de la que hablaba era mi hermana. No vean como yo me puse, diciéndole de todo a mi amiga. Mi hermana era rubia, con unos ojos azules preciosos y llevaba puesto un peto blanco muy bonito. Yo, tocante a mis hermanos era una fiera. Bueno, el portero al final le dice que meta a las niñas en el bolso y al final nos dejó pasar a todos.
Comenzó el NODO, en el que siempre salían el fútbol, los toros y Franco pescando e inaugurando cosas. En ese momento, en el silencio del cine, Juanito le dice a su hermana: “Carmela, dame ya el pescado que tengo mucha hambre”. La hermana se lo dio pero él quiere más y para que se calle se lo da todo, mientras yo le decía: “Dale el pescado que nos van a echar a la calle”.
Yo a mis hermanos los controlaba, pero con Juanito no se podía. No pudimos ver bien la película porque Juanito también quería ir al servicio a cada momento. Mi amiga y yo dijimos que mejor hubiera sido quedarnos en casa jugando a las mariquitinas o a los cromos que haber ido al cine y que ya no iríamos más al cine con los hermanos.
Mi amiga Juani nos dijo después que ella sabía lo que iba a pasar y que por eso no había venido con nosotros.
Así fue mi juventud en la que yo era muy feliz.           

Esteban José Valdivia y Cabrera

Autor: Antonio Haro Camacho

Esteban José Valdivia nació en Algeciras el 4 de diciembre de 1898. Colaboró en diversos periódicos como “El Noticiero” y “La Defensa”, llegando a ocupar el puesto de redactor-jefe en este último. Escritor perteneciente a la Generación del 27, cultivó numerosos géneros literarios, aunque destacó su obra poética.
Aunque su obra no fue muy conocida en nuestro país, sí lo fue en Hispanoamérica, donde fue miembro de honor de la Academia Hispanoamericana Zenith de Heredia.
Tuvo problemas con la censura en la época de la dictadura de Primo de Rivera y cuando estalló la Guerra Civil tuvo que exiliarse en Gibraltar durante algún tiempo.
Murió en Algeciras el 1 de mayo de 1963.
De su obra poética destacamos: Poesías (1927), Rosas y espinas (1928) y los cuatro volúmenes de Arpegios (1953-1954). De sus novelas citamos: Amor y poesía (1955) y Cuando duele el alma (1956). También podemos destacar dos monólogos teatrales Mi suerte y La hora fatal de un poeta, escritos en 1918, así como cuentos y una obra reflexiva, Acotaciones de un bohemio, de 1960.
A título póstumo le fue concedida la Medalla de la Virgen de la Palma en el año 2000, así como se dio su nombre a una calle de la barriada de El Saladillo y a la biblioteca pública municipal de ese mismo barrio, todo ello gracias a la lucha y dedicación de su hijo Diego Valdivia para que se reconociese la figura de su padre.

La Calle Ruiz Tagle y Radio Algeciras en los sesenta

Autor: Manuel Gil González.

         Se iniciaba la década de los sesenta y en la sociedad española y por ende en la de nuestra ciudad, comenzaba a respirarse un aire fresco y nuevo. Principalmente y sobre todo, por un turismo que empezaba a invadir al país y  que nos traía nuevos modos y nuevas modas y por el impulso de la propia economía que empezaba a despegar con fuerza, dando lugar al inicio de una tímida pero imparable apertura que ya resultaría definitiva.
         En Algeciras, por su privilegiada situación geográfica, estos nuevos tiempos se acentuaban de manera notable, motivada especialmente por el continuo y tradicional trasiego de gente a través de su pujante Puerto.
         Por aquellas fechas, nuestra ciudad iba cambiando paulatinamente su fisonomía y en este trabajo nos detendremos especialmente en la remodelación de algunas calles céntricas, con preferente atención en una de ellas. Calles que aún exhiben parte de su pasado, aunque ya algo achacosas por el inevitable paso del tiempo.
         Serían éstas las calles Libertad, Rocha y Ruiz Tagle, todas ellas en perfecto paralelo, nacidas en la confluencia con la calle Sevilla y que a un mismo nivel serpentean cuesta arriba hasta desembocar en el cruce con la calle José Román, donde terminan los sectores reformados, y las tres en animosa cabalgada hacia nuestro querido barrio de San Isidro.    
Una vez citadas las tres calles hermanas, que fueron reformadas por la misma fecha, años 1960/62, nos detendremos exclusivamente en Ruiz Tagle, antiguamente denominada Jerez, ciñéndonos únicamente en su tramo hasta José Román, por haber sido protagonista en el año 1969 de un suceso que  pudo resultar grave y que al final quedó sólo en anécdota para comentar.
         Esta calle fue de siempre de animado paso de personas que transitaban hacia la parte baja de la ciudad, en busca del Mercado, del Puerto o del tradicional comercio que siempre ha caracterizado a esta zona. Pongamos por caso la emblemática calle Tarifa y otras adyacentes, y que luego regresaban normalmente por el mismo sitio, lo que daba lugar a un continuo paso de gente en uno u otro sentido.
         Mirada desde la calle Sevilla, la calle Ruiz Tagle presenta una primera subida escalonada y a continuación un espacio central, tipo jardinera, con naranjos y variadas clases de plantas, que daban y aún dan, un regalo a la vista y un apetecible frescor en verano, que se agradecía. A los lados del jardín central, aparece una parte empedrada formando unas continuadas eses de color blanco sobre fondo negro, que fue una novedad en las calles de Algeciras por aquellas fechas y que en la actualidad se sigue conservando. (Creo recordar que en el suelo de la desaparecida y añorada Escalinata, en sus distintas alturas, también se utilizó este mismo material).

En este tramo de calle existían cuatro patios de vecinos, de los cuales hoy día aún resiste uno, que daban a la convivencia cierto aire de familiaridad y cercanía entre sus moradores, por lo que cualquier problema o acontecimiento que sucediera a alguno de ellos enseguida afectaba a los demás. En la Algeciras de los sesenta todavía existía ese clima de pueblo cercano y afectivo que indudablemente hoy ya es parte de la historia.
En el número 25 de la calle estaban instalados los estudios de EAJ 55 Radio Algeciras, posteriormente incorporada a la cadena SER. Por la sede de la emisora, en aquella época, pasaban las figuras del momento que llegaban a la ciudad, siendo fácil recordar, entre otros, a Jorge Mistral, Primo Carnera, Manolo Escobar, Joselito, José Legrá (estos tres últimos en pleno apogeo de triunfo y popularidad), y sobre todo a un Raphael, ya figura nacional e internacional, que llegó a colapsar la propia calle y, por unas horas, casi la vida local.
Precisamente en las instalaciones de la radio, ocurrió un hecho singular que pudo terminar en tragedia y que si no llegó a tanto, fue porque Dios así lo quiso, no porque no se diesen todas las condiciones para ello.
         Fue en la noche del 14 de enero de 1969. La población era azotada por un fuerte temporal de levante. Sobre poco mas de la una de la madrugada, después de la emisión de un espacio radiofónico que tenía gran aceptación en la audiencia, dedicado a la gente de la mar, denominado “Ondas Marineras”, que presentaba el recordado Agustín Moriche. Los vecinos de la zona y con mayor sobresalto los residentes en el patio colindante con el edificio de la radio, oyeron un estruendoso golpe, seco, brutal y sintieron como las paredes y el techo de las viviendas parecían que se venían abajo. Más que sobresaltados, asustados, sin saber lo que pasaba, los vecinos del patio y de otras viviendas próximas, fueron saliendo al exterior y aterrorizados, veían o más bien tropezaban, con unos inmensos tubos, tronchados, no rotos, y con cables y mas cables esparcidos por todos lados. Como suele pasar en estos casos, lo primero que dejó de funcionar fue la luz eléctrica, lo que hacia aún mas dantesco el cuadro. Fueron momentos de gran confusión y si me lo permiten, de pánico. En esta larga madrugada, conforme fue pasando el tiempo, se pudo comprobar que el origen de todo era la caída de la antena de la emisora y que milagrosamente  no había ocurrido ningún tipo de desgracia personal. Como por otro lado, los cables no eran portadores de corriente eléctrica, poco a poco fue restableciéndose la normalidad, aunque con todo el susto del mundo en el cuerpo.
 Por último, y como colofón de este relato, es curioso hacer resaltar que en ningún momento se partió la antena en pedazos, que hubiese sido lo normal, sino que ésta quedó tronchada, en tantos trozos como obstáculos encontró en su caída, adaptándose a las alturas de las viviendas, y quedando tendida sobre las mismas, cuál alargado reptil que disfrutara tranquilamente de un profundo sueño.

De este hecho se hizo eco el  periódico, aquí está el enlace donde se puede consultar, ABC de Sevilla en un artículo publicado el 18 de enero de 1969