Autor: Martín Ángel Montoya Sánchez
Continuamos con el recorrido por Algeciras, allá por los años 1947, 48,… cuando teníamos once o doce años. En el capítulo anterior habíamos recorrido la zona de la Villa Vieja hasta llegar al puente de la Conferencia, desde donde continuamos a continuación.
Cruzamos el puente de la Conferencia, en el río estaban amarradas al pairo muchas barcas de pesca; seguimos paralelos a la vía del tren hasta el puerto, dejando atrás, a derecha e izquierda de la “banda del río”, el garaje Hispano, la antiquísima Capilla de la Alameda, que ahora era un taller de recauchutados, la pensión Levante, la pensión Sánchez que en la calle tenía un letrero que según se pasaba se leía y ocultaba en las tablillas el mensaje “Pensión Sánchez, servicio de duchas, agua fría y caliente”, Casa Arturo, Hotel Anglo-Hispano, Hotel Término, el edificio de Gaggero en el que estaba el Juzgado, el Hotel Madrid…
Llegamos a la acera de La Marina; allí estaban “Los Chocleros” tocando el banyo, laúd y guitarra y pasando el platillo, estaba el Hotel Marina Victoria, el Colón, la barbería de Gaona con el quicio de la puerta pintado a rayas inclinadas de seis u cocho centímetros en blanco, celeste y rojo, como todas las barberías. Gaona fue el primero que compró carrillos de mano con las ruedas hinchables para alquilárselos a los “mozos de número”, porque el Ayuntamiento prohibió los de ruedas metálicas que hacían tanto ruido en los adoquines y calles empedradas y rompían las aceras.
Pasamos entre el Hotel Colón y la Pescadería, frente, en el rincón estaba el Patio del Cristo. Antes de llegar al Mercado Ingeniero Torroja nos encontrábamos Efectos Navales de Tito Buades; en el recinto del zoco, el estanco de “El jorobado” que despachaba, conforme se entraba, a todos los clientes a la vez sin dejar de hablar y llevando en la memoria la cuenta de cada uno; locales donde se zurcían los sacos de yute para el acarreo de los productos del campo, el Banco Hispano Americano, el bar de Bohórquez con sus grandes espejos murales, Olivé el plomero que hacía faroles de hojalata para los barcos de pesca, Doña Dolores la partera y Rovira, su marido; el rincón donde vivía el Chato Huerta, una pensión, el bar Los Rosales, la framacia de La Palma, etc.
Íbamos a coger por la calle Tarifa, en la que estaban la cordelería, el restaurante Cerezo, cerca el Gobierno Militar, la tienda de “Donisá” (Don Isaac), el bar La Puerta del Sol (o Los Gallegos), droguería Viuda de Ángel Trelles López y donde vivía “El velero”, de quien se decía que fue el que confeccionó, o tuvo algo importante que ver, con el velamen del Juan Sebastián Elcano. Ya estábamos en la calle Moret, donde también estaba Palomino Vergara en la que los “camalos” del puerto (los descargadores) se tomaban la “media limeta” (botella de 375 cc) y el huevo duro para paliar los arduos trabajos del muelle; frente a Trelles el portal de Coterillo, con los escalones de una sola pieza de piedra y los estucos que aún hoy perduran; el edificio remata con un torreón alicatado en el que estaba el estanco; en el edificio había una bodega y la tienda de ropa de Lima.
Seguimos por la calle Tarifa, y en ella estaban el taller de electricidad San Martín, Muebles Molina, el patio, la posada, la tienda de comestibles La Oficina, hasta el parador San Antonio y la esquina de la alpargatería Ordóñez, ya en la calle Alameda o Cayetano del Toro. En el carrillo compramos bolitas de coco, “chinguas” y “liquirbá”, pero lo que nos guataban más eran las barritas de zara.