Autor: Francisco López Muñoz

La primera Feria que se me viene a la memoria es la del año 1945 más conocida como “la del Pandero”, que por lo llamativa de su “Portada” ha sido la más comentada y recordada. También es posible que influyera en mis recuerdos, que la foto que publicó el ABC en su portada, apareciese un coche de caballos en el que yo estaba en compañía de mis hermanos y amigos, la cuestión es que aunque me faltara un mes para cumplir CINCO AÑOS, tengo más recuerdos que de las posteriores.
Guardo en mi retina las imágenes como si fueran ayer, de cuando el fotógrafo nos estaba haciendo las fotos, y la bronca que me dio mi hermano Aurelio, cuando me dejé de convencer por Pepe Saavedra, (1 año mayor) para sentarse en el pescante del coche. Luego nos bajamos y en la caseta de Los Juncales seguimos haciéndonos fotos y donde bailé las sevillanas “me casé con un enano……”.

La feria de aquel año estaba emplazada en lo que hoy es el principio de la Avenida de las Fuerzas Armadas, siguiendo a su izquierda el paseo del Calvario finalizando en la Plaza de Toros por arriba y el Campo de fútbol por su derecha. Los puestos de turrones se instalaban en las aceras de la Avenida del General Sanjurjo, desde la esquina de la calle Convento hasta la bifurcación con la calle Sevilla, donde también se ubicaban algunos al igual que en la calle Ancha.
Entrando por la portada y a mano izquierda estaba situada la caseta Municipal. En el límite de esta y siguiendo una línea paralela de la Avenida , existía una barandilla metálica que protegía del desnivel existente con el Paseo del Calvario. A su mitad había una escalerilla que unía ambos paseos.
Subiendo por ésta a mano derecha se situaba la caseta del “Casino” que lindaba a su vez con el Campo de fútbol. Solo recuerdo de esta caseta, que las canciones que más interpretaban y además con reiteración, eran “La Cucaracha ” y “Se va el Caimán”.
Por el Centro y frente a la escalerilla, la Tómbola (durante muchos años tuvo especial fama la del “Cubo”) y a continuación las atracciones. En aquel entonces solo existían la de los pequeños (que no eran eléctricas y se empujaba a mano), los coches que chocan, la ola, el látigo, las cunitas “ta, ta, chin”, y el “carro de las patás” (que nunca me gustó y jamás me monté).
En la parte alta y junto a la escalinata que llevaba a la Plaza de Toros, se establecían los bares. En el cerro a la espalda del Instituto y el Campo de fútbol, se emplazaba el mercado de ganado.

Lo curioso fue que una vez que el seguro indemnizó por los daños causados, autorizó para que con la mercancía se hiciera lo que se creyera más conveniente. Mi padre con el ánimo de ahorrar gastos y desprenderse rápidamente de la mercancía, lo puso a la venta a un precio casi regalado. Lo sorprendente fue, que tuvo tal aceptación que posteriormente se tuvo que ahumar tocino especialmente pues se vendía más caro y mejor.
Yo si tuve una pérdida de aquel conato de incendio. En el mismo almacén, guardaba mi padre gran cantidad de envases del tostadero de café (que salvo el día de su inauguración jamás pudo tostar), y que a mí me llamaba mucho la atención y encantaban por su especial brillo y colorido. Estaban forrados por dentro de papel aluminio y yo los cerraba con un nudo, haciéndolos explotar contra la pared y produciendo mucho ruido. Aquel entretenimiento o juego se acabó con bastante pesar para mí.
Respecto a las portadas perdieron bastante desde que las desplazaron del comienzo de la Avenida. Para mí, la mejor sin duda fue la del Centenario, o sea, la de 1950. Poseía una iluminación que llamaba la atención así como una fontana con ranitas, resultando de todo ello un conjunto espectacular.

Posteriormente y con la desaparición del Campo de fútbol se amplió aún más hasta que en 1957 se trasladó a la zona de detrás del Parque.

Diez años más tarde, en 1967, se hizo el último traslado “por ahora” y que también estuvo lleno de controversias, no obstante en este emplazamiento se han recuperado las Portadas de entrada al recinto, aunque sin llegar al esplendor de las de antaño.

Con todo mi respeto para Sevilla, Jerez, Valencia o Pamplona, para mí no existe nada comparable. Ya no me como el pollo “con polvo” de Olalla o Ricardo, ni el chocolate con las tiras de buñuelos ensartados en tiras de tallos de junco, ni me pongo el traje con corbata y clavel en la solapa para ir al Paseo o poder entrar en la Caseta. Y aunque añoro todo esto, no dejo de disfrutar del pasado, el presente y espero que el futuro, de mi Feria, la Feria de Algeciras.
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