
Cuantos residimos en esta tierra, sentimos legítimo orgullo de nuestros festejos; llegamos incluso, a nivel comparativo, a considerarlos mejores a los de otras poblaciones de mayor envergadura y justificada fama. Siempre encontraremos, bajo nuestra opinión, atractivos difíciles de superar. Es más, hasta echamos mano de nuestro merecido calificativo de “especiales” para argumentar que lo nuestro es insuperable.
Y así se nos sugiere escribir de vivencias sobre algo que – como ya hemos anticipado – merece considerarse único, recurrimos, con ilusión y voluntad, a recuperar nuestros mejores recuerdos, para traer al presente situaciones de las que fuimos protagonistas directos o cercanos. Es como una invitación a rebuscar en el fondo de ese baúl del ayer, lejano o próximo, donde se custodian nuestras impresiones.
Vayamos directamente a estas vivencias.
En fechas cercanas a la Feria, aproximadamente cuando se despedía abril dando su bienvenida a mayo, la Alcaldía promulgaba un Bando disponiendo la limpieza de fachadas de edificios en todo el casco urbano. Orden municipal que se cumplía con carácter general. Se llevaban a cabo los entonces llamados, en lenguaje corriente, “encalijos” –no habíamos entrado aún en el surtido mercado actual de pinturas, acrílicos, etc.– y las casas y calles de nuestra Ciudad nos ofrecían un singular aspecto de limpieza y decoro en las fiestas de junio, haciendo realidad una poética visión de una Algeciras blanca de cal y soles. El vecindario no dudaba en colaborar para embellecer lo suyo. Muchos lo recordarán.
El Paseo o Real que se instalaba en el Cortijo del Calvario, a escasos metros de la calle Ancha, reunía todos los requisitos que exigen lo bello, lo cercano y lo inolvidable. Se accedía al mismo por una cómoda y atractiva Escalinata amparada, en su parte izquierda, por la primorosa estampa del Pabellón Municipal. En 1945 esta entrada acogió el famoso “Pandero roto” (merecedor de la portada de Diario ABC) que pintara Antonio Trujillo. Todo en el Real resultaba agradable, era armonioso, tenía empaque. La conjunción en cercanías –mejor llamarle abrazo- de “La Perseverancia” con el recinto ferial; la salida del público en las tardes de toros, era como la corriente de un alegre río hacia una desembocadura de asegurada diversión y esparcimiento. ¡Qué bonita era aquella ya vieja Feria del Calvario! No es un canto a la nostalgia. Es un sentimiento por lo que no se olvidará.

En terrenos que servían de antesala al Pabellón, existía una amplia explanada utilizada por el Ayuntamiento para ofrecer espectáculos diversos. A recordar, los conciertos de la banda de Música, tambores y Cornetas del Tercio Duque de Alba II de la Legión –considerada como la mejor de España en aquellos tiempos-; las actuaciones, durante varios años, del Conjunto Sevillano de Cante y Bailes del Maestro “Realito” –anciano artista, una institución en Andalucía-. En el grupo destacaban los que eran, aún, dos niños. Sus nombres: Rosario y Antonio.
Y las dianas floreadas. Los algecireños teníamos el mejor despertador del mundo. A los sones de la Banda del Regimiento de Infantería Extremadura número 15 –aquella que tantos años dirigió el inolvidable D. Justo Sansalvador Cortés- y a primeras horas de la mañana, Algeciras recibía en sus calles y plazas el alegre mensaje de sus fiestas.
Mención especial para el Mercado de ganados. Mezcla de tipismo, costumbres y usos que hoy en día, cuando impera el marketing, resultan de difícil descripción. Se daba cita una numerosa cantidad de personas: los vendedores que con sus ejemplares acudían desde los más diversos lugares y quienes íbamos a gozar del espectáculo de las ventas, de las expresiones utilizadas para elogiar sus pertenencias y el modo amistoso de cómo sellaban el trato. En los chozos de techumbre de helechos distribuidos por el mercado, se culminaba dicha operación con una copa de vino de Jerez o Sanlúcar, porque entre ellos tomar otra bebida podía resultar impropio, fuera de lugar, sin estilo.