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Calle Bailén o de Las Damas

Autora: Milagros Calvo Ruiz

Esta calle céntrica de Algeciras es la que une transversalmente las calles Prím y Radio Algeciras a la altura del monumento a las madres. Pues esta es la calle que quiero recordar ya que en ella pasé mucho tiempo de mi vida, y todavía tengo frescos los recuerdos, las personas y establecimientos que en ella existían así como los cambios que durante el transcurso del tiempo se le han ido realizando.
 
Actualmente se llama BAILEN, en honor al General Castaños, por su victoria sobre las tropas napoleónicas en la ciudad de BAILEN (Jaén) el día 19 de Julio de 1808, y supuso la primera victoria en la Guerra de la Independencia de las tropas españolas sobre las francesas al mando del General Dupont.
 
Del otro nombre como se conoció esta calle, LAS DAMAS, no he encontrado datos feacientes pero así se le denominó por muchos años, hasta su cambio actual.
 
Una curiosidad relevante, es que esta calle, que yo recuerde, siempre ha sido peatonal.
 
Mis recuerdos empiezan en la confluencia con calle Prím, en la parte izquierda, se encontraba la Óptica Ansón, una de las mas antigua de la Ciudad, a continuación se encontraba el domicilio particular de la familia Ansón, seguidamente nos encontramos con el domicilio que fue de Don Jerónimo Blanquer, en este mismo edificio se ubicó en sus bajos una sastrería “Sastrería Caño” posteriormente estuvo unas dependencias del Juzgado. En la parte alta, tuvo su oficina de abogado D. Angel Cadelo, después fue residencia y consulta del Dr. Pardo recién llegado a Algeciras como medico de Cepsa. Siguiendo por el margen izquierdo estaba la casa de Don Jose Blanquer, en sus bajos había un pequeño local donde sus propietarios – los Blanquer- arreglaban y hacían redes para pescar, el abuelo me enseñó como hacer redes. En ese mismo local se instaló más tarde Muebles García y en la actualidad se encuentra la tienda de Santos Novias, seguimos avanzando y estaba la tienda Bazar Segura, a continuación se encontraba el “Patio de Pura Ravel” se le llamaba así porque Pura era sastra. Por su interior se accedía a la casa de Maricuchi que estaba encima del Bazar Segura, que con su marido fundó la tienda “Créditos Roldán” en la calle General Castaños. En este mismo patio había en el centro un pozo y un melocotonero que daba unos frutos muy dulces y grandes. A continuación del patio estaba el portón de entrada a la pensión “Payá”, que en su parte alta “volaba” hasta la esquina y doblaba la calle por encima del local que ocupaba la zapatería “La Ideal”. Volvemos sobre nuestros pasos y en el margen derecho nos encontramos en su bajo con la zapatería de “Félix Vázquez” y en la primera planta vivía la familia Vizcaíno, a continuación estaba la vivienda y consulta del Oftalmólogo Dr. Hinojosa, seguidamente había una pared bastante larga de una vivienda que tenía la entrada por la calle General Castaños, en esta misma pared recuerdo que había unas argollas en la pared, para amarrar a los animales de carga. Esta misma finca que daba a las dos calles a principio de los sesenta se derribo y en su lugar se construyó un edificio de viviendas y en su bajo hicieron una galería comercial que daba a las dos calles- calle Bailen y General Castaños-, recuerdo que en la construcción de este edificio trabajó como listero de obras un amigo de la época Javier Estivil, en esta galería se encontraban entre otras las tiendas de Hispano Olivetti, Omega, y una floristería, también hubo muchos tipos de negocios con distinta suerte, en la actualidad han tapiado las dos entradas y le han dado otra distribución.

A continuación estaba mi casa, de plata baja y azotea que todavía se conserva en su aspecto exterior como estaba, hoy es la oficina de un abogado, había dos casa mas de planta baja junto a la mía, en estas viviendas en la actualidad las ocupa el Bar “Entretejas”, seguidamente estaba el bar que le dio fama a la calle, quien no ha conocido o visitado el “Bar Kito”, con su olor característico a pescaíto frito, sus paños colgando en la barra para limpiarse las manos- ¿nos podemos imaginar como estarían los paños a las diez de la noche?- y sus camareros “Los Mellis”, porque eran mellizos. Encima del Bar estaban unas señoritas que daban clases de piano (conocidas por las de cuatro ojos). Ya cerca de la esquina se encontraba el portón de acceso a la casa de la familia Castillo que también como en el caso de la pensión Paya, su parte alta daba a las dos calles, y en la parte baja , en la misma esquina se encontraba una confitería propiedad de la familia Castillo, famosa por sus dulces de merengue.


 
Y hasta aquí mi paseo por la calle donde viví y jugué tantos años.

Vivencias de Algeciras (Segunda parte)

Autor: Martín Ángel Montoya Sánchez
Continuamos con el recorrido por Algeciras, allá por los años 1947, 48,… cuando teníamos once o doce años. En el capítulo anterior habíamos recorrido la zona de la Villa Vieja hasta llegar al puente de la Conferencia, desde donde continuamos a continuación.
Cruzamos el puente de la Conferencia, en el río estaban amarradas al pairo muchas barcas de pesca; seguimos paralelos a la vía del tren hasta el puerto, dejando atrás, a derecha e izquierda de la “banda del río”, el garaje Hispano, la antiquísima Capilla de la Alameda, que ahora era un taller de recauchutados, la pensión Levante, la pensión Sánchez que en la calle tenía un letrero que según se pasaba se leía y ocultaba en las tablillas el mensaje “Pensión Sánchez, servicio de duchas, agua fría y caliente”, Casa Arturo, Hotel Anglo-Hispano, Hotel Término, el edificio de Gaggero en el que estaba el Juzgado, el Hotel Madrid…
Llegamos a la acera de La Marina; allí estaban “Los Chocleros” tocando el banyo, laúd y guitarra y pasando el platillo, estaba el Hotel Marina Victoria, el Colón, la barbería de Gaona con el quicio de la puerta pintado a rayas inclinadas de seis u cocho centímetros en blanco, celeste y rojo, como todas las barberías. Gaona fue el primero que compró carrillos de mano con las ruedas hinchables para alquilárselos a los “mozos de número”, porque el Ayuntamiento prohibió los de ruedas metálicas que hacían tanto ruido en los adoquines y calles empedradas y rompían las aceras.
Pasamos entre el Hotel Colón y la Pescadería, frente, en el rincón estaba el Patio del Cristo. Antes de llegar al Mercado Ingeniero Torroja nos encontrábamos Efectos Navales de Tito Buades; en el recinto del zoco, el estanco de “El jorobado” que despachaba, conforme se entraba, a todos los clientes a la vez sin dejar de hablar y llevando en la memoria la cuenta de cada uno; locales donde se zurcían los sacos de yute para el acarreo de los productos del campo, el Banco Hispano Americano, el bar de Bohórquez con sus grandes espejos murales, Olivé el plomero que hacía faroles de hojalata para los barcos de pesca, Doña Dolores la partera y Rovira, su marido; el rincón donde vivía el Chato Huerta, una pensión, el bar Los Rosales, la framacia de La Palma, etc.
Íbamos a coger por la calle Tarifa, en la que estaban la cordelería, el restaurante Cerezo, cerca el Gobierno Militar, la tienda de “Donisá” (Don Isaac), el bar La Puerta del Sol (o Los Gallegos), droguería Viuda de Ángel Trelles López y donde vivía “El velero”, de quien se decía que fue el que confeccionó, o tuvo algo importante que ver, con el velamen del Juan Sebastián Elcano. Ya estábamos en la calle Moret, donde también estaba Palomino Vergara en la que los “camalos” del puerto (los descargadores) se tomaban la “media limeta” (botella de 375 cc) y el huevo duro para paliar los arduos trabajos del muelle; frente a Trelles el portal de Coterillo, con los escalones de una sola pieza de piedra y los estucos que aún hoy perduran; el edificio remata con un torreón alicatado en el que estaba el estanco; en el edificio había una bodega y la tienda de ropa de Lima.
Seguimos por la calle Tarifa, y en ella estaban el taller de electricidad San Martín, Muebles Molina, el patio, la posada, la tienda de comestibles La Oficina, hasta el parador San Antonio y la esquina de la alpargatería Ordóñez, ya en la calle Alameda o Cayetano del Toro. En el carrillo compramos bolitas de coco, “chinguas” y “liquirbá”, pero lo que nos guataban más eran las barritas de zara.

Desde la calle Real a la calle Convento


Autor: José Cortés Señor
Comienzo mi visita en la calle Real (Cánovas del Castillo), junto al mercado de abastos. Subiendo la calle, en el margen derecho, lo primero que recuerdo es la tienda de ultramarinos de Antonio Oriente, en la que trabajaba el que fue jugador del Algeciras, Paco León; a continuación, un pequeño taller de reparación de calzados y el viejo Banco de Bilbao. Pasamos la calle Ojo del Muelle y continuamos subiendo, encontrándonos la peluquería del padre de Guillermo y Raimundo; un poco más arriba había una tienda de calzados y, mirando a la acera de enfrente, había un portal en el que bajando un par de escalones se entraba en un patio con viviendas a ambos lados y al frente se encontraba una escalera en la que a la mitad salía un ramal a la derecha y otro a la izquierda que conducían a otras viviendas; este patio tenía varias columnas a su alrededor.
Seguimos subiendo la calle Real y a la derecha nos encontramos con la panadería de Río y a la izquierda el chaflán con la calle Sacramento (Rafael de Muro), en el que se encontraba la freiduría “Los Gallegos”. Cruzando estaba el taller de mármol de Manolo Salvo, y unos pasos más adelante la zapatería Ideal. Cruzo la calle Bailén y teníamos la mercería Ramírez y enfrente, en la otra esquina, Fillol. Mirando al frente estaba el bar Moya y al lado ultramarinos Paco López; volviendo a la acera de Fillol, y pasando Correos, haciendo esquina con la Plaza Alta se encontraba Tejidos La Africana; cruzamos a la Capilla de Europa, enfrente, teníamos el bar La Taurina, y en la esquina de la actual General Óptica, se encontraba la imprenta-papelería-estanco José Roldán; a continuación había una barbería y más adelante la Policía; en la esquina estaba el bar La Cigüeña.
Ahora cruzamos a la esquina del Casino de Algeciras y entramos en la calle Convento (Alfonso XI); a la derecha, pasando el Casino estaba Tejidos Medina y en la otra esquina la confitería Mercedes, anteriormente El Buen Gusto. Más allá de Tejidos Medina estaba la confitería La Campana, seguida de la imprenta-papelería Bazo y después, en el antiguo edificio del Convento de la Merced, la Cárcel y en la parte superior el Juzgado. Frente teníamos el antiguo Café Coruña y la tienda de ultramarinos de Pepe Ocala. Pasamos el edificio del Ayuntamiento y estaba la Casa de los Muñecos; siguiendo la calle Convento nos encontrábamos a la izquierda el Hospital Militar y al final, a la derecha, el Cuartel de Infantería

Vivencias de Algeciras (Primera parte)


Autor: Martín Ángel Montoya Sánchez

Corría allá por los años 1947, 48,… teníamos once o doce años. Era una mañana espléndida, de primavera, después de las abundantes aguas del invierno, pues Algeciras disfrutaba de una generosa pluviometría; nuestro río Pícaro, de corto recorrido, bajaba lleno y el río de la Miel, despeñado por los acantilados de La Chorrera, pasando bajo el puente del ferrocarril de Pajarete, se ensanchaba aquí, por La Junquera, desbordando “la toma”, que regaba las huertas e inundando los llanos a su paso, tomando el nombre de Río Ancho.

Mis amigos y yo vivíamos en la confluencia de la calle Andalucía, Polígono del Tiro y Los Arcos. Íbamos en ropas domingueras, no podíamos pasar bajo los Arcos ni cruzar la vía por el paso a nivel (tenía una advertencia, en aspa, sobre un riel hincado en el suelo, que decía “Ojo al tren-Paso sin guarda”, y nosotros leíamos “Paso sin tren-Ojo al guarda”). Imposible cruzar el barrizal de la Perlita ni vadear las aguas del río hacia la Bajadilla. Nos volvimos a la altura de la Corchera Armstrong y los depósitos de carbón de la Renfe, a uno y otro lado de la vía.

Aún no estaba “El Tropezón”, que en principio fue un anafe de churrería, atado con cadenas al poste de la luz, del que colgaba una bombilla; era un chozo improvisado de cañas y unos trozos de toldo , para guarecerse del viento, del agua y del relente; coñac y aguardiente para los trabajadores de Gibraltar que tomaban los barquitos Aline o Margarita, de madrugada; el fuego ardía con “carboncilla”, y Manolo, con el paso del tiempo, fue edificando en mampostería el bar y su vivienda, a escondidas y con la vista gorda de los municipales.


También estaba una bodega de Álvarez de Lara, que luego fue la carbonería del “Sordo Macho” (Domínguez), que era el romanero de la serranía; detrás, un depósito de corcho con grandes estibas como casas de tejas, que lindaba con las pilas de carbón y briquetas, barracones del tren, talleres, vías muertas, máquinas, materiales y servicios de Renfe.


En nuestro recorrido decidimos subir por la cuesta de “Pastillita” (actual calle Andalucía”; nuestra Escuela estaba en la calle Galicia, que daba al río por otras pasaderas que había que saltar de piedra en piedra. Frente la cerca de las vacas de “El Serranito”, el campo que sembraba de trigo y cebollas a la vera del regajillo de “El Tropezón”; arriba la era y un llano donde se ponían las redes para cazar jilgueros y trampas para zordillas, verdones, algún que otro zorzal; también el depósito de corcho donde hoy está la cárcel vieja, que una vez salió ardiendo, y frente, atravesando la carretera, la Corchera, en la que hacían los fardos con flejes para mandarlos al extranjero; recuerdo que era muy peligroso el corte del corcho con las sierras circulares.

Salvador Guerrero, “Pastillita”, era un señor grueso, con su tienda a la mitad de la cuesta, que vendía de todo. Atravesando la carretera está la calle Eladio Infante, donde había varios patios de vecinos; recuerdo que una vecina, demente, se sentaba en una silla sobre la acera, balanceándose de manera incansable, con los brazos cruzados, y a nosotros nos daba un poco de miedo y mucha lástima. Frente estaba la Aserradora Gaditana, antes de llegar a la escuela de Cuatro Vientos de la Villa Vieja y otra fábrica de pescado, donde las trabajadoras preparaban el pescado en cajas con hielo y helechos para remitirla a sus destinos. Podíamos pasar por el Callejón de la Vieja o seguir por detrás del Hotel Cristina, para bajar por el Patio del Coral, o seguir la carretera del Cristina, donde estaba la finca de “El Águila” y Hotel cristina adelante, el cuartel de la Guardia Civil de Las Barcas, Villa Smith y bajar al puerto; también podíamos haber seguido y bajar por la playa de Las barcas, desde donde se alcanzaba la “Piedra Morena” a nado…

Decidimos no cruzar la carretera, bajando por la cuesta del “Hormiguero”, donde estaba la panadería de Lucrecio, la escuela de Don Roque, el estanco y el bar “El Hormiguero”; en este bar se echaban las partidas de mus y se hablaba de las cacerías con trampas, de aguaderos y del paso, con grandes redes para las migratorias que pasaban el Estrecho. Frente a Lucrecio, en el patio del fondo, vivía la familia Martín, saga de fotógrafos que perpetuaban su nombre en el devenir del pueblo. Detrás del hormiguero había una fábrica de gaseosas.

Recuerdo que desde la Corchera, sus chimeneas exhalaban una gruesa nube de vapor porque estaban cociendo el corcho, y un manto de polvo negro que caía al suelo y que cuando hacía viento empolvaba la ropa y entraba molesto por la nariz y la boca.

Aquel día era espléndido, el río de la Miel, como ya he comentado, venía lleno y desbordado, con el nivel casi hasta las vías de la Estación por izquierda y hasta lo de las uralitas y materiales de construcción de Rafael Puya por la derecha. En esta parte del río, se decía que en tiempos árabes era una playita de aguas salobres riberadas por juncos y flores donde las “moritas” de la Villa Vieja venían de noche a bañarse, despojándose de las gasas de sus vestiduras, seguramente difuminada en la memoria las odas y leyendas cantadas por el poeta árabe Ibn-Abi Ruh y muchos otros de la época.

Los pretiles de mampostería del puente “Matadero” estaban rematados por gruesos bloques de piedra arenisca con las heridas y huellas profundas de amolar herramientas; cuchillos de varios usos que se hacían artesanalmente de los trozos de las sierras circulares de cortar el corcho y facas para el despiece de carnes y grandes pescado. Este modo artesanal de amolar fue antes de que Jácome, el gallego, estableciera su taller de vaciado y afilado con motores eléctricos en el Callejón del Muro, donde estaba también el cuartelillo de “Los Tabacaleros”, bueno, pero eso es otra historia.
Continuamos, pasando por delante del Cuartel de Transeúntes, paralelo a la vía, por la que circulaba una máquina de maniobras que conducía los vagones del “pescadero” a la lonja, que salía después de concluir las subastas.

Cruzamos el Puente de la Conferencia y…

(Continuará)
Varias de las imágenes que ilustran este artículo proceden de la dirección sites.google.com/site/histalgimagenes/, denominada “Historia de Algeciras en Imágenes”. Otras proceden de la página algecirasayer.es. A ambas páginas, se puede acceder desde un enlace de este blog.

Avenida Blas Infante, mi calle

Autor: José Castro Abasolo
Nací en la calle General Sanjurjo, hoy día Avenida Blas Infante y en tiempos de la República Avenida Canalejas. Empieza esta calle en el edificio de la Policía Local y termina en la entrada de la calle Convento.
Recuerdo que en el mencionado edificio se encontraba Sanidad, donde se ponían las vacunas de aquellos tiempos y también se pasaban consultas médicas. Allí pasaban semanalmente, por la mañana temprano, un reconocimiento médico las prostitutas que ejercían ese antiguo oficio en la calle Munición, y a las que mi madre llamaba, no sé por qué, “Mujeres de la Vida”. Durante muchos años fue Directora de dicho establecimiento Doña Cecilia de Cos y Secretario Don Antonio Vallejo.
Pasada la entrada de la calle Teniente Miranda (Matadero) se encontraban unas casitas bajas y en una de ellas estaba la fontanería de Cózar. A continuación, el Asilo de San José, regido por monjas, que no sé a qué congregación pertenecían. En dicho Asilo se encontraba una preciosa Capilla abierta al culto y que ha estado en uso hasta hace poco tiempo.
Seguimos, y pasada la entrada de la calle José Román, existían unos jardines y al fondo un edificio que era el Sindicato. Allí había estado anteriormente  la escuela de Don Cayo Salvadores.
A continuación, la bonita finca de los Valdés, en cuyo patio central  había una Tenería (lugar donde se curtían las pieles). Al fondo de dicho patio estaban las caballerizas. Este sitio era peculiar por el mal olor que desprendían las pieles secadas al sol. Continuamos bajando la acera y nos encontramos con la Talabartería, taller de artesanía donde se fabrican guarniciones para caballerías y los arreos de esparto para los burros. También era característico el olor del esparto en su elaboración.

Antiguos bares de Algeciras

Autor: José Cortés Señor
En los últimos años en Algeciras han desaparecido muchos bares que en su época fueron lugar de tapeos, de reuniones de amigos, de charlas con las medias botellas de vino fino, de juegos de cartas, de dominó, de tertulias, etc.
Empiezo mi recorrido por el bar Cachafeiro, situado en el chaflán formado entre el Secano y Fuente Nueva, un lugar agradable con vistas a la plaza de toros de “La Perseverancia”. Secano abajo estaba el bar La Vinícola, frente al lateral del actual edificio de Correos, que era lugar de encuentro de cazadores en las madrugadas que salían a cazar. Un poco más abajo, en la acera contraria, estaba El Quijote, muy frecuentado por trabajadores de Acerinox. Bajamos más y nos encontramos el bar Manolo; tomando a la derecha, en la esquina con la avenida Agustín Bálsamo estaba el bar Avenida, y pasando la antigua estación de RENFE, El Marisquero; al final de la avenida se encontraba La Ballena.
Volviendo atrás, a la plaza Juan de Lima, en la esquina con la calle Tarifa estaba el bar Florida, con su simpático camarero Ricardo, que era objeto de simpáticas caricaturas; Seguimos por la calle de la Alameda, y al final, frente a la capilla del Cristo, se encontraba el bar Galicia, y unos metros más allá el bar restaurante Casa Arturo y el bar Los Pulpos. Ya en la esquina de la Marina estaba el bar Miramar, seguido del bar Delicias. Pasando el hotel estaba el bar restaurante Celta, y tras pasar la parada de autobuses, se encontraban La Langosta Dorada y el Aperitiví.
Cruzamos la calle Teniente Maroto y encontramos el antiguo bar restaurante Casero del que podemos dar algunos detalles. Este establecimiento tenía la entrada al restaurante por la calle Maroto y al bar por la acera de la Marina; fue destruido en el bombardeo que sufrió Algeciras por el acorazado Jaime I durante la guerra civil española, el día 7 de agosto de 1936, resultado ilesa la familia que vivía en el piso superior. El propietario, Don Antonio Araujo Guerrero, marchó a Marruecos, regresando cinco años después tras ahorrar algo de dinero y restauró el bar restaurante, abriéndolo en 1943 con el nombre Colón. Estuvo abierto hasta 1957. Estos datos del bar restaurante Casero me han sido facilitados por Rafael Araujo Álvarez, hijo del propietario.
Continuamos y pasando la antigua pescadería estaba el bar Ruiz; entrando al mercado, a la izquierda, pasada la farmacia estaba el bar Rosaleda, y tomando la calle Tarifa, frente a calzados La Bomba, estaba el bar Excelsior. Volviendo al mercado, y entrando en la calle Sacramento, a la derecha, estaba el café Bohórquez, lugar de encuentro por las tardes de parroquianos para echar sus partidas. Subiendo por la calle Real, haciendo chaflán, no olvidamos la freiduría Los Gallegos; a la izquierda, en la calle Bailén, estaba el bar Quito. En la Plaza Alta se encontraba La Taurina junto a la capilla de Europa; en el callejón del Ritz estaban, uno frente a otro, el bar El Estrecho y el bar Tánger, ambos muy concurridos a la hora del aperitivo. Cruzamos la Plaza Alta y llegamos a la calle Convento, donde al final estaba el bar Fajardo. Entramos en la calle Ancha por El Calvario y nos encontramos el café Piñero, más adelante el Kin, Bandera y Royalty; a la derecha estaban los billares de Juanito y el bar Sevillano. En este último establecimiento, las tardes que había partidos de fútbol en el campo del Calvario, se colocaba en el centro de la barra una bandeja llena de vasos de agua.

La Calle Ancha en mi niñez


Autora: Reyes Yera Guerrero

Salgo del parque María Cristina, cruzo El Calvario, y entro en la calle Ancha. A la derecha el café Piñero. Justo al lado la confitería La Crema, un portal de vecinos y el cuartel de la Guardia Civil. Continúa la casa de D. Pedro Liñana, director de la emisora Radio Algeciras, justo al lado la fachada grande de un patio de vecinos y la sastrería llamada Cabezón. Sigue el Bar Kin, otro edificio con patio de vecinos y el bar llamado Bandera. 
Cruzo la calle San Antonio y me encuentro un edificio de dos plantas donde se encuentra la Caja nacional y el Seguro de Enfermedad. Entramos en este edificio y a la derecha hay una puerta con una galería y ventanas que dan a un patio de flores muy bonito; en esa galería hay bancos para que esperen los niños que están enfermos; hay tres o cuatro consultas y algunos de los doctores son: D. Jaime Font, D. Hortensio, el Dr. Carrasco,… En la misma planta está la Caja Nacional, y subiendo una escalera el piso del director de la misma, D. Plácido Cuesta. En ese mismo rellano están los médicos del Seguro. Hay cuatro consultas de médico de cabecera y algunos de los doctores son D. Salvador Mescua, D. Andrés Sanz, D. Francisco Adame,... Al fondo estaban los practicantes, como se les llamaba en aquellos tiempos, que eran Luque (yo me echaba a temblar cuando era él el que me tocaba, porque me ponía las inyecciones como si fueran una banderilla, con la aguja y la jeringuilla juntas), y García (a éste le gustaba mucho el cachondeo y yo en algunas ocasiones le canté por Alegrías de Cádiz, y una señora que también iba a pincharse, bailaba y tocaba los palillos que parecía que tenía en las manos castañuelas; esta señora se llamaba Candelaria y le decían “La Chunga”; yo la quería mucho y ella a mí también). Al fondo de aquel pasillo se encontraban los servicios.
Justo al lado del edificio del Seguro había un edificio y en él una pastelería llamada La Esperanza y un zaguán de la planta baja donde vivía el director de la Escuela de Artes y Oficios D. Manuel Montes, que también era perito-aparejador del Ayuntamiento de Algeciras. Yo lo tuve en dibujo lineal en la Escuela de Artes y Oficios; era una persona muy querida por mí. Él y su señora estuvieron en mi boda y D. Manuel actuó como testigo.
Seguimos y nos encontramos el Bar Royalti, cuyo dueño se llamaba D. José Lobato. Al lado había una librería llamada Ango, donde yo compraba las libretas y accesorios para los dibujos. La siguiente casa era la de D. Ventura Morón, en la que después pusieron una tienda de accesorios de cuartos de baño que se llamaba Hermanos Carrillo; la fachada era de mármol gris y tenía un escaparate muy grande.
Continuamos con la casa de D. Regino Martínez, que tiene su placa, y luego la Palma Real donde yo iba a comprar las chucherías cuando salía de las clases de la Escuela de Arte. Sigue la casa de D. José Luis Cano, en la que en su día dijeron los mandatarios del pueblo que se iba a hacer un museo dedicado a D. José Román que todavía estamos esperando. Al lado hay un edificio de dos plantas; la de arriba es la casa y consulta del Dr. Ramos Argüelles y la baja está ocupada por una lechería y por la tienda de Los Espantoso o “Los Tontos”, como se les llamaba en todo el pueblo (por cierto, Espantoso era el apellido). Yo tengo un recuerdo de cuando iba a hacer la primera comunión y mi madre y sus amigas decidieron ir a la tienda de Los Tontos para comprarme la limosnera, el velo, los guantes, la corona, los alfileres para ajustar el velo y la corona; estuvieron toda la tarde probándome cosas y yo ya estaba harta; Carmen Palacios me decía: “estate quieta Reyita, que tienes que ser buena para hacer la comunión”. Al “tonto” lo tenían frito para un lado y para otro; a mí me parece que hasta le sacaron los guantes y los alfileres, pues el dinero iba muy justo y Angelita era muy graciosa y algo pasó.
Ya hemos terminado esta acera de la calle Ancha y cruzamos a la otra.
Hay un edificio de dos plantas donde vivía el doctor D. Emilio Burgos, médico de niños; en algunas ocasiones me llevaron a su consulta. En esa esquina recuerdo yo haber ido con mi padre y su compadre Manuel Alba a escuchar cantar saetas. También venían mi hermano José Luis y los hijos de Manuel, que se llamaban Ramón y Manolín. Las saetas se cantaban desde el balcón de enfrente, el de la casa del Dr. Ramos Argüelles, y lo hacían “Currita”, “el Sevillano”, “El Palomo”, “Cantera”, “Jarrito” y otros más. A mí el que más me gustaba era “El Palomo” y yo lloraba a escondidas para que mi hermano y los demás no se rieran de mí. Yo me lo pasaba muy bien y recuerdo las chucherías que compraba mi padre en la Palma Real. Al lado de este edificio estaba la tienda de Martín Sevillano y justo al lado una confitería llamada La Perla.
En la pastelería La Perla tengo yo un recuerdo de cuatro años: Mi tío Reyes le dice a su hermana Isabelita: “Viste a La Cagancha (como me decía) que la voy a llevar al Cerro del Mercado” y recuerdo que me vistieron de gitana; ellos vivían en el edificio que después tuvo en la planta baja el colegio “La Encarnación” (conocido como “Los Marineritos”) y tuvimos que pasar por delante de la pastelería; había muchos pasteles en el escaparate y a mí me llamó la atención un merengue. “¡Cómprame un merengue!”, le dije a mi tío. Él me dice que no me lo compra porque no me lo iba a comer. Yo me pongo a llorar y al final él acaba comprándomelo. Me pone un pañuelo en el escote para que no me manchara, mientras yo miraba para el techo de la pastelería donde había las figuras de unas cabecitas de muñecos hechas de escayola. Me da del merengue dos cucharitas y me dice: “Venga, cómetelo”. Yo me como un poco y le digo que ya no quiero más. Mi tío cogió el merengue y me lo refregó por el pelo y por la cara y me llevó a su casa mientras me acuerdo que me decía: “Cagancha eres una meona y te vas a quedar siempre canija”. Cuando llegamos a la casa su madre le decía que yo era una niña y que no debería haberme puesto así; “¿no te da lástima?”, mientras él decía que ya no me iba a llevar nunca a ningún sitio. La verdad es que lo dijo pero no lo cumplió, pues fui muchas veces de cacería, a pescar,… con él y con mi padre.  
Al lado de la confitería había un patio de vecinos y después la casa de una hija de D. Ventura Morón. Seguía otra casa con balcones a ras de suelo, después una vivienda de dos plantas, un patio de vecinos y una frutería cuya dueña se llamaba Antonia; en la planta alta había un taller de costura de mujer y una sastrería. La modista y el sastre eran hermanos y se llamaban Beatriz y Francisco Sánchez. Mi amiga Carmen Repullo cosía con Paco en la sastrería, y yo, cuando salía de la Escuela de Arte (que estaba muy cerca) iba a buscarla para dar una vuelta hasta Almacenes Mérida que se encontraban en la calle Tarifa. Esos paseos eran lo que hacíamos los jóvenes en los años cincuenta y la verdad es que mi amiga y yo lo pasábamos muy bien. Continuaba un edificio que era la casa de D. Arturo Sala, este señor era abogado y procurador; vivió pobre y murió muy rico; esta casa todavía se conserva en la calle Ancha. Al lado otro edificio de estilo antiguo y por último en la esquina, dando a la calle San Antonio, la casa del señor Alberich, director de la Compañía Sevillana de “la luz”.
Cruzo la calle San Antonio y en la esquina está la farmacia de Soto, pues la licenciada se llamaba Palmita Soto, que era una persona muy servicial y atenta que siempre explicaba las cosas a los que allí se acercaban. Al lado otra casa antigua con balcones pegados al suelo y justo al lado una tienda de comestibles, donde yo recuerdo ir con mi padre y que le decían al dueño “Pepito el de los ojos chicos” ya que los tenían azules pero muy pequeños. Seguía un edificio grande, el del Banco de España, donde ahora tiene algunas de sus dependencias el Ayuntamiento de Algeciras. Al lado había un edifico de una planta y un salón de futbolines donde jugaban los niños. Seguía el Bar Sevillano, donde iba de pequeña con mis padres y después con mi novio, el que luego sería mi marido. Allí vi por primera vez la tele; íbamos a merendar en los años sesenta y veíamos los programas de “Reina por un día”. Al lado el Bar Juanito, después la Peña Mondeño, y otro edificio de dos plantas que tenía en la planta baja la papelería y librería Belmonte y en la planta alta la consulta y vivienda de D. Francisco Adame, un médico de medicina general.
Bueno, ya estamos terminando; nos queda un edificio que aún continua en pie, el edificio donde actualmente se encuentra Mac Donal’s. En ese edificio, en una de sus plantas vivía y tenía su consulta el Dr. D. José Sánchez Arnedo, otorrinolaringólogo; allí me operé de las amígdalas. También vivía allí el doctor Murillo, de medicina general. En la planta baja estaba la tintorería Amaya.    
            

Calle Duque de Almodóvar

Autor: Antonio Haro Camacho

Esta calle se llamó Del Ángel, o simplemente Ángel, por una huerta que allí existía con ese nombre. En enero de 1909 el Ayuntamiento de Algeciras acuerda ponerle el nombre de Duque de Almodóvar, aunque no fue rotulada como tal hasta 1914. D. Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro (1850-1906), Duque consorte de Almodóvar del Río, fue un político liberal nacido en Jerez de la Frontera que ostentó en varias ocasiones el cargo de Ministro de Estado (actual Ministro de Asuntos Exteriores) y que presidió la Conferencia internacional de Algeciras de 1906. 
Recordemos cómo fue esta calle, comenzando el recorrido por la acera izquierda si venimos desde la calle Monet.
La primera casa que nos encontramos es la de una costurera, Pepa Torres, cuyo hijo era Ricardo González, restaurador de cuadros, que vivía en la misma casa, actualmente en ese lugar hay una peluquería marroquí. Seguimos con la casa de Miguel Pino y después con la de Holgado, donde se despachaba el aceite. Cuentan como anécdota que un día Holgado padre, descubrió que los trabajadores amarraban los bollos con una cuerda y los metían en los bidones de aceite y él, cuando se dio cuenta, los fue sacando poco a poco y los escurrió. Este lugar fue una escuela primaria y actualmente es un bazar marroquí.
Seguimos y nos encontramos con la casa del antiguo alcalde D. Emilio Morilla, donde se ponía la radio a todo volumen para que las gentes escucharan los partes de guerra. Esta casa perteneció también al torero Miguel Mateo Miguelín y más tarde a Eléctrica de la Jara. A continuación la pensión “El Almendro”, llamada así por un almendro que había en el patio de la casa. Seguían las pensiones “Fernández”, “La Malagueña” y “La Española”. Estas dos últimas, regentadas por el señor Padilla, iban unidas, una para viajeros y otra para las mujeres del cabaret. En esa pensión se dio un caso en que un señor tuvo un problema con una de las mujeres, dando lugar al cierre de la pensión que volvió a abrir un tiempo después con el nombre “Tetuán”, que aún lleva en la actualidad. 
En el número 15 se editaba el periódico local “El Noticiero”, luego hubo un taller mecánico regentado por Paco y José, abriéndose en ese mismo número la bodega de Palomino y Vergara. ¡Quién no se acuerda de aquellos chorizos al infierno que nos ponía Antonio!
Continuamos en la misma acera con la casa de Miguel Pérez, entrenador de fútbol local. En esa misma casa había una tienda de chucherías que traían de Gibraltar y la de Anita Palmiro, la que mejor bordaba en Algeciras. Seguía la casa de antigüedades de Santos Varona y el café del Puerto, que después fue Casa Arturo.
Cruzamos a la acera de enfrente. En la esquina estaba el bar de Andrés, que ponía en la puerta este cartel: “Hoy dos platos, pan, vino y postre, una peseta”. Continuamos con la casa de Nieto y la peluquería Alfarrace, hoy un bazar que está cerrado. Después la Administración de loterías que antiguamente había sido el Despacho central de RENFE; la peluquería de Esteban Luque, fundada en 1906; la pensión “La Sevillana” de la que era dueño Pepe Díaz y “La Alicantina”, donde había un salón con una orquesta para ver atracciones y escuchar música. Entre las calles Montero Ríos y Duque de Almodóvar la peluquería de Ramón Sánchez y en la esquina el Banco de Santander. Bueno, hasta aquí este paseo que espero os haya gustado.        

Calle General Prim

AUTOR: José Ortega Díaz

Intentaré en estos artículos hacer un recorrido por las calles de Algeciras y recordar los establecimientos y las personas que en ellos trabajaron, vivieron y que en su momento configuraron la historia de nuestra ciudad. Cada uno de ellos, con su trabajo y su dedicación (siempre anónima), aportó su granito de arena para mejorar nuestra ciudad.
En este primer trabajo vamos a dedicar este paseo por el recuerdo de la calle   General Prim. Esta calle se denominó Torrecilla, debido a una torre de época medieval, hasta 1903 en que recibió el nombre de Prim. Desde julio de 1937, y durante la época franquista, fue nombrada General Mola.
Excmo. Sr. D. Juan Prim y Prats. Nace en Reus (Tarragona) en 1814. Hijo de notario, es un claro ejemplo de hombre nacido para la carrera militar y política. A los 26 años asciende a coronel. Al año siguiente es nombrado Subinspector de carabineros en Andalucía. Durante su vida alcanzó los más altos grados militares, participando en la Guerras Carlistas y en la Guerra de Marruecos, especialmente en las batallas de Castillejos y Tetuán. Político liberal, participó en la Revolución de 1868 que daría lugar al derrocamiento de Isabel II y patrocinó la posterior llegada al trono español de la Casa de Saboya en la persona de Amadeo I. Obtuvo diversos títulos nobiliarios: La reina Isabel II le concedió los títulos de Vizconde de Bruch, Conde de Reus y Marqués de Castillejos. El rey Amadeo I le concedió a título póstumo el título de Duque de Prim. Después de una vida muy activa, tanto política como militar, Prim fue asesinado en Madrid en 1870, crimen que nunca fue esclarecido en su totalidad.
Excmo. Sr. D. Emilio Mola Vidal. Nace en Placetas, Villa Clara (Cuba) en 1887. Fue un personaje relevante durante la dictadura de Primo de Rivera y la II República Española. Dirigió la sublevación militar de 1936 que, tras su fracaso, dio lugar a la Guerra Civil Española. Durante la contienda estuvo al frente del Ejército del Norte en el país Vasco. Falleció en accidente aéreo el 13 de junio de 1937 en Alcocero (Burgos).
Después de estas breves semblanzas de las personas que le dieron y le dan nombre, vamos a iniciar nuestro paseo por la calle que nos ocupa.
Nos situamos en la esquina de Castelar, y lo primero que encontramos a la derecha es un edificio de fachada peculiar, que recientemente ha sido remodelado respetando su aspecto original (cosa rara) y que albergaba un negocio de bazar y tejidos, El Escudo de Madrid, también conocido popularmente como la tienda de los ratones, y de la que me llamaba mucho la atención las filas de maletas que tenían en las puertas, siempre ordenadas de mayor a menor y amarradas con una cadenita, por seguridad. Seguimos subiendo y estaba la zapatería La Ibérica, más adelante la Central de teléfonos, que siempre tenía dos o tres escaleras de madera amarradas a una ventana. A continuación una oficina de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cádiz y haciendo esquina con la calle Teniente Serra existía un dispensario de la Cruz Roja, atendido por un brigada del mismo cuerpo y por el amigo Becerra.
Pasamos la calle Teniente Serra, y en la esquina se encuentra el establecimiento de D. Otilio Ruiz, hoy todavía abierto al público, y hasta la esquina con la calle Bailén la antigua óptica de Jorge Ansón.
Cruzamos la calle Bailén, nos da el tufillo del pescaíto frito del Bar Kito, y en la esquina nos encontramos con la pastelería de Castillo donde eran espectaculares sus dulces de merengue “teta de vaca”. Subimos un poco más y haciendo esquina con la calle General Castaños estaba la zapatería de Asensio.
Volvemos a nuestro punto de partida, y empezamos por la acera izquierda. Aquí la calle hace una bifurcación con la calle Cristóbal Colón y lo primero que encontramos, haciendo chaflán, es la tienda de D. Rafael López, dedicada a tejidos y mercería; más adelante la no menos famosa tienda de sombreros del Sevillano, la pensión Fosela, la joyería Remigio y la librería Nogue (cuyo nombre procedía del de su propietario D. Eduardo Nogueiras) que era un hervidero de actividad y en la que era un acontecimiento ver subir y bajar la escalera de caracol a Luis Calvo, que estuvo al frente del negocio hasta su jubilación. A continuación había un establecimiento muy pequeño propiedad de Vito (que actualmente posee en el mismo local un comercio de lanas) que se dedicaba a la reparación de medias de nylon, después el Café Español, propiedad del Sr. Natera y en el que atendía las mesas el camarero de toda la vida, Joaquín López, con su inmaculada chaqueta blanca y su pantalón negro, haciendo sonar rítmicamente las fichas de plástico que tenía en los bolsillos delanteros de su chaleco. Más adelante estaba la sastrería de D. José Saavedra, a la que seguía otra zapatería, la del Sr. Payá (es curioso observar que había tres zapaterías en la misma calle). Haciendo esquina de nuevo con la calle General Castaños se encontraban las oficinas de la Compañía Sevillana de Electricidad.
Aquí acaba nuestro paseo, pero también me gustaría tratar algunas anécdotas que tienen que ver con esta calle:
En el citado Café Español se reunían todas las tardes un grupo de amigos, casi siempre los mismos, para pasar un rato distendido hablando de fútbol y toros (de política nada, por supuesto). Algunas tardes se incorporaba a estas reuniones D. Juan Paine, propietario de una funeraria que se encontraba en la cercana calle Cristóbal Colón, sentándose con los demás. Si alguien del bar se ponía a toser, se medio incorporaba de su sitio y mirando de donde partían las toses decía: “Esa tosecilla no me gusta nada”. Imaginémonos la cara que se le quedaba al que había tosido. Pero el Sr. Paine añadía después en tono paternalista: “Yo no quiero que se muera nadie, pero que el trabajo no me falte”.   
En otra ocasión, un domingo por la tarde, cuando más llena estaba la calle de paseantes, un personaje curioso de Algeciras (por decir algo) que se llamaba “El Extremera”, cogió una de las escaleras que estaban sujetas a las ventanas de Telefónica y bajó corriendo con la escalera atravesada, desde la Sevillana hasta la esquina con la calle Castelar. ¿Os lo podéis imaginar?