AUTOR: José Ortega Díaz
Intentaré en estos artículos hacer un recorrido por las calles de Algeciras y recordar los establecimientos y las personas que en ellos trabajaron, vivieron y que en su momento configuraron la historia de nuestra ciudad. Cada uno de ellos, con su trabajo y su dedicación (siempre anónima), aportó su granito de arena para mejorar nuestra ciudad.
En este primer trabajo vamos a dedicar este paseo por el recuerdo de la calle General Prim. Esta calle se denominó Torrecilla, debido a una torre de época medieval, hasta 1903 en que recibió el nombre de Prim. Desde julio de 1937, y durante la época franquista, fue nombrada General Mola.
Excmo. Sr. D. Juan Prim y Prats. Nace en Reus (Tarragona) en 1814. Hijo de notario, es un claro ejemplo de hombre nacido para la carrera militar y política. A los 26 años asciende a coronel. Al año siguiente es nombrado Subinspector de carabineros en Andalucía. Durante su vida alcanzó los más altos grados militares, participando en la Guerras Carlistas y en la Guerra de Marruecos, especialmente en las batallas de Castillejos y Tetuán. Político liberal, participó en la Revolución de 1868 que daría lugar al derrocamiento de Isabel II y patrocinó la posterior llegada al trono español de la Casa de Saboya en la persona de Amadeo I. Obtuvo diversos títulos nobiliarios: La reina Isabel II le concedió los títulos de Vizconde de Bruch, Conde de Reus y Marqués de Castillejos. El rey Amadeo I le concedió a título póstumo el título de Duque de Prim. Después de una vida muy activa, tanto política como militar, Prim fue asesinado en Madrid en 1870, crimen que nunca fue esclarecido en su totalidad.
Excmo. Sr. D. Emilio Mola Vidal. Nace en Placetas, Villa Clara (Cuba) en 1887. Fue un personaje relevante durante la dictadura de Primo de Rivera y la II República Española. Dirigió la sublevación militar de 1936 que, tras su fracaso, dio lugar a la Guerra Civil Española. Durante la contienda estuvo al frente del Ejército del Norte en el país Vasco. Falleció en accidente aéreo el 13 de junio de 1937 en Alcocero (Burgos).
Después de estas breves semblanzas de las personas que le dieron y le dan nombre, vamos a iniciar nuestro paseo por la calle que nos ocupa.
Nos situamos en la esquina de Castelar, y lo primero que encontramos a la derecha es un edificio de fachada peculiar, que recientemente ha sido remodelado respetando su aspecto original (cosa rara) y que albergaba un negocio de bazar y tejidos, El Escudo de Madrid, también conocido popularmente como la tienda de los ratones, y de la que me llamaba mucho la atención las filas de maletas que tenían en las puertas, siempre ordenadas de mayor a menor y amarradas con una cadenita, por seguridad. Seguimos subiendo y estaba la zapatería La Ibérica , más adelante la Central de teléfonos, que siempre tenía dos o tres escaleras de madera amarradas a una ventana. A continuación una oficina de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cádiz y haciendo esquina con la calle Teniente Serra existía un dispensario de la Cruz Roja , atendido por un brigada del mismo cuerpo y por el amigo Becerra.
Pasamos la calle Teniente Serra, y en la esquina se encuentra el establecimiento de D. Otilio Ruiz, hoy todavía abierto al público, y hasta la esquina con la calle Bailén la antigua óptica de Jorge Ansón.
Cruzamos la calle Bailén, nos da el tufillo del pescaíto frito del Bar Kito, y en la esquina nos encontramos con la pastelería de Castillo donde eran espectaculares sus dulces de merengue “teta de vaca”. Subimos un poco más y haciendo esquina con la calle General Castaños estaba la zapatería de Asensio.
Volvemos a nuestro punto de partida, y empezamos por la acera izquierda. Aquí la calle hace una bifurcación con la calle Cristóbal Colón y lo primero que encontramos, haciendo chaflán, es la tienda de D. Rafael López, dedicada a tejidos y mercería; más adelante la no menos famosa tienda de sombreros del Sevillano, la pensión Fosela, la joyería Remigio y la librería Nogue (cuyo nombre procedía del de su propietario D. Eduardo Nogueiras) que era un hervidero de actividad y en la que era un acontecimiento ver subir y bajar la escalera de caracol a Luis Calvo, que estuvo al frente del negocio hasta su jubilación. A continuación había un establecimiento muy pequeño propiedad de Vito (que actualmente posee en el mismo local un comercio de lanas) que se dedicaba a la reparación de medias de nylon, después el Café Español, propiedad del Sr. Natera y en el que atendía las mesas el camarero de toda la vida, Joaquín López, con su inmaculada chaqueta blanca y su pantalón negro, haciendo sonar rítmicamente las fichas de plástico que tenía en los bolsillos delanteros de su chaleco. Más adelante estaba la sastrería de D. José Saavedra, a la que seguía otra zapatería, la del Sr. Payá (es curioso observar que había tres zapaterías en la misma calle). Haciendo esquina de nuevo con la calle General Castaños se encontraban las oficinas de la Compañía Sevillana de Electricidad.
Aquí acaba nuestro paseo, pero también me gustaría tratar algunas anécdotas que tienen que ver con esta calle:
En el citado Café Español se reunían todas las tardes un grupo de amigos, casi siempre los mismos, para pasar un rato distendido hablando de fútbol y toros (de política nada, por supuesto). Algunas tardes se incorporaba a estas reuniones D. Juan Paine, propietario de una funeraria que se encontraba en la cercana calle Cristóbal Colón, sentándose con los demás. Si alguien del bar se ponía a toser, se medio incorporaba de su sitio y mirando de donde partían las toses decía: “Esa tosecilla no me gusta nada”. Imaginémonos la cara que se le quedaba al que había tosido. Pero el Sr. Paine añadía después en tono paternalista: “Yo no quiero que se muera nadie, pero que el trabajo no me falte”.
En otra ocasión, un domingo por la tarde, cuando más llena estaba la calle de paseantes, un personaje curioso de Algeciras (por decir algo) que se llamaba “El Extremera”, cogió una de las escaleras que estaban sujetas a las ventanas de Telefónica y bajó corriendo con la escalera atravesada, desde la Sevillana hasta la esquina con la calle Castelar. ¿Os lo podéis imaginar?
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