Autora: Victoria Castro Abásolo
- ¡Ojú, ya están aquí las moscas, como se nota que ya se han instalado los turrones delante de la puerta! – relataba mi madre mientras trajinaba en la cocina.
Efectivamente, hacía dos días que se habían instalado delante de nuestra puerta, un poquito más abajo, porque mi padre siempre estaba al tanto de que no se pusieran delante, porque tenía su negocio y no quería que se lo taparan. Y era verdad que, con los puestos de los turroneros, inmediatamente aparecían las indeseables moscas, las avispas,… en fin, cosa normal con la cantidad de turrones, dulces, caramelos, etc. que traían con ellos; era su negocio.
Uno de los puestos era de María, que era de Ronda y todos los años venía con sus dos hijos varones y una niña, más o menos de mi edad, que por cierto la recuerdo “mu renegría”. María era una mujer cariñosa y siempre venía a mi casa a llenar garrafas de agua para su consumo en “su casa”, porque la verdad, en aquella época no existían las caravanas. Su puesto estaba montado sobre unas tarimas de madera y con palos y lonas para cubrirlo; y allí vivían, comían y dormían.
Yo era feliz porque para mí las primeras moscas significaban “F E R I A” y enseguida le decía a mi madre: ¿Y mi vestido de gitana, mamá? Y la recuerdo diciéndome que tuviera paciencia, que todavía quedaba una semana para que comenzase y además tenía que probármelo porque podría no quedarme bien; además había que almidonarlo.
Me sentía dichosa pensando en mi Feria, en mis cacharritos, en mis zapatitos de tacones, en mi látigo, en mis caballitos de sube y baja, en las cunitas, en el puesto de serrín donde se vendían baratijas a peseta y yo me compraba unos anillos con unos pedruscos increíbles. Y como siempre he sido muy comilona, me llamaban muchísimo la atención esos puestos de bocadillos colocados en pirámide, donde justamente por el corte, asomaban tres lengüetas muy grandes de salchichón o de chorizo, y a mí siempre se me antojaban. Pero mi madre decía que de eso nada, que esos bocadillos “tenían muchas ferias” y que si quería bocadillo, ella me lo preparaba con pan tiernito y relleno como Dios manda. Era cierto que el bocadillo que me preparaba mi madre estaba muy bueno, pero yo siempre pensaba… ¡Seguro que los bocadillos de la feria están más buenos!
El pan, ¡Ay que recuerdos me trae en pan! Mi padre siempre tuvo su negocio de ultramarinos y me viene a la memoria que en la fachada ponía “Ultramarinos J. Castro”, en la calle General Sanjurjo, nº 4 (hoy Blas Infante). Bueno, pues cuando llegaba la feria y en esos días había corrida de toros, a medio día, de la panadería Alvarado traían unos sacos muy grandes (por lo menos a mí me lo parecía), llenos de bollos recién hechos y había un olorcito a pan caliente en mi casa, francamente maravilloso. Y la gente camino de “La Perseverancia”, para la merienda, se paraba en la tienda para comprar bocadillos de jamón, de chorizo, de salchichón, de queso,… y las medias botellas de vino.
Ahora me doy cuenta que antes las meriendas de los toros eran más simples, es decir, tu bocadillo, tu botella de vino o de refresco y… ¡Venga, a los toros!
Bueno, y hablando de otro tema… ¿Y los buñuelos? ¡Ay, qué ricooooos! Recuerdo que la buñolería estaba en la esquina de la calle Ancha, mirando para la Avenida, y la mujer que los despachaba tenía un delantal muy blanco con tiras bordadas. Me gustaba cómo ensartaba los buñuelos en varas de juncos para llevártelos.
Ahora, el día más importante de la Feria era cuando me decía mi madre: - ¡Niña, anda que te voy a poner tu traje de gitana en cuanto lo termine de planchar, que vaya lata que me está dando el almidón que le he puesto a los volantes! – Y entonces me vestía con el traje (que todavía estaba caliente de la plancha), me ponía mis zapatitos de tacón, me peinaba con mi moño y mi flequillo, me ponía la peineta, la flor, los pendientes, el collar, las pulseras de colores, el mantoncillo, y como remate final me pintaba un lunar en la mejilla y me sentía la niña más feliz del mundo. ¿Y qué pasaba después’ Pues que me llevaban a la Feria, y me recuerdo entrando por la Avenida, toda llena de puestos a ambos lados, y cuando miraba para arriba, ya estaban preparados los adornos de bombillas de colores y, lo que más me gustaba, era cuando se iluminaban… ¡Oh!, era algo mágico y precioso.
Desde entonces, desde mi infancia, la Feria siempre ha sido para mí sinónimo de alegría, de ilusiones, de bullicio, de luces, de ruidos, de colores, de olores y de sabores.
Esta es mi Feria y estos son mis recuerdos.
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