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Añoranzas de mis Ferias de Algeciras


Autor: Martín Ángel Montoya Sánchez
Primero se presentía, era como un esperado torbellino de alegrías que vendría de lejos, de muy lejos, de todas partes en calesines de fantasías por el polvo de los caminos hasta llegar a Algeciras. Y a colores de cal y azulejos, y a aceites de pinturas…
EDICTO: El Sr. Alcalde hace saber que con motivo de las fiestas… todas las fachadas serán blanqueadas de cal o azulejos, limpios los zócalos, sin yerba la bajera, barridas y sin manchas las aceras… adecentados balcones y rejas…
Repartidos los edictos por escaparates y esquinas, no había que leerlos porque ya se sabían, y en cambio con una señal llamativa se hacía saber en papel de estraza, cartón o una tablilla. Cuidado que mancha, pintura fresca. Y aquellas cañas de pértiga que servían para encalar las alturas, volvían limpias, a tensar las cuerdas del tendedero de los patios y azoteas.

Y empezaba la Feria con el trajín de la limpieza, las tiendas de quincalla llenas de abalorios y peinetas, las modistillas sin tiempo para achicar o ensanchar las pinzas de los arreglos, las madres zurciendo las marras de las mantillas, las planchadoras almidonando camisas, enaguas y cancanes… ¡La Feria, ya llega la feria! ¡La Feria…!

Y llegó en camiones y en tren, la Feria de Algeciras a la estación de Agustín Bálsamo, cargada de bultos y sorpresas, coches de choque, le látigo, los espejos, las tómbolas, el toldo del circo, luminarias, cacharros, cacharritos,… el tren de los escobazos… En el Real de la Feria se respiraba el bullicio febril de las fábricas de alegría. Allí íbamos los niños a ver de lejos a las fieras, a los hombres de la feria, a los enanitos encaramados en altísimas escaleras, en lianas de cuerdas, en pértigas, construyendo castillos de miedo, poniendo los toldos del circo e instalando máquinas de suspiros,… ¡La Feria, ya está aquí la Feria! “Merienda para los toros”, se anunciaban colgados por las calles en carteles de tela con luces y farolillos. Vinos finos y amontillados. Vinos dulces para las señoras. Buen jamón, quesos, embutidos,…
Todo estaba listo, preparado; los puestos de turrón por las calles y repartidos por todas las barriadas. “Tres tabletas veinte duros… y ésta de regalo”. Turrón de Jijona, de almendras, de yema, de frutas. Sidra, coco, calabaza,…

Por la mañana sonaba la diana, tempranito, para despertar a la gente, para animarlas con los ruidosos pasacalles, tá, tarará, rarará… tatatá… y detrás venía el cortejo de las fieras en sus carromatos de jaulas, elefantes con sus vistosas vestimentas orientales, montados por hermosas doncellas con trajes exóticos y plumajes de colores; domadores, payasos, charlatanes, saltimbanquis haciendo ejercicios increíbles y la chiquillería expectante y divertida, al son de la música, acompañando un largo trecho calle arriba, camino de la Feria.
Por la tarde la cabalgata, con gigantes y cabezudos, el Rey y la Reina, carruseles, calesines, amazonas y jinetes.
Las calles empezaban ya a iluminarse con arabescos y flores encendidas. Una mocita ataviada con los avíos de flamenca, bonita con sus claveles al pelo, echada descalza sobre una reja recién pintada con olores de geranios, el zapato en la mano con el tacón dislocado que el galán le arrebata para arreglarlo, sin perder ninguno la alegría de las fiestas. Desde el final de la calle, allá por el Café Piñero, llegan los vahos de los buñuelos que se venden engarzados en un junco, por docenas y medias docenas. Los retratistas insistiendo en perpetuar la figura de las damas al brazo de sus hombres orgullosos. La Feria encendida, esperando a la Reina y a sus damas para encender la Portada para que estalle en fuego de luces.

También hay sitios oscuros, algún chozo improvisado con cañas, un mástil y algún trozo alquilado de “Toldos Mateo”. Pero allí no van más que los “echaos palante”, los que no duermen en toda la Feria y huelen a sudores rancios, a orines, a vino agrio, a resaca y, a veces, a navajazos… pero allí no va nadie, la alegría está en la Feria, en sus luces y en su tronío, en las casetas con las madres “custodiando” a sus niñas, esperando la hora del caldo o de la sopa de ajos, caliente, para aguantar la noche; en la risa, en la ilusión y en el buen ánimo; en la música bailando una mazurca, un pasodoble, unas sevillanas; en un beso con prisas, furtivo, a escondidas en cualquier rincón menos iluminado de la caseta.
¡Ya está la Feria, la Feria de Algeciras, mi Feria…! 195…, 196…, 70…, 80…, dos mil, dos mil y pico…   

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